Nunca podré pagarte tu lealtad, tus desvelos.
Tus enseñanzas siguen mi senda iluminando.
Tu voz en mis oídos del todo no se apaga.
Así, cuando me pierdo y creo lo que no soy
y espero lo imposible, acechando a una presa
que sólo he visto en sueños, no necesito más
que pararme un momento y dejar que tu voz
resuene en mi interior. No necesito más
que coger el farol que tu mano me tiende,
el antiguo fanal de luz adamantina
y suave fulgor que hiere mi retina.

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«Ella»… siempre etérea, intangible, escurridiza a veces y, sin embargo, llena de luz, de promesas, y de vida para su enamorado.
Es sugerente. Me gusta.
Así es: tal y como tú dices.