XXII
Me encanta la rutina,
un día igual a otro,
igual o parecido, con pocas variaciones.
Levantarme, saber
qué me está reservado.
Contratiempos, placeres, cada cosa en su sitio.
Nada de sobresaltos
que tan sólo son buenos
para alterar los nervios, la cabeza, el estómago.
Me encanta levantarme,
preparar el café,
refrescarme la cara, mirarme en el espejo,
comprobar los estragos,
sonreír, hacer burla,
volver a la cocina, mirar por la ventana
la luz del nuevo día, las nubes en el cielo.
Y podría seguir
hasta entrada la noche,
hasta esa última hora de paz y de silencio,
cuando enciendo la lámpara
y me pongo a leer
o a escuchar el murmullo del viento, de la lluvia.
Qué más puedo pedir
tras un día en que todo
ha venido rodado, sin ninguna sorpresa,
sin ninguna trifulca,
problemas los previstos.
Un día acogedor,
sosegado, trivial.
Un día que te deja
un regusto de paz.
Estos días conforman
el sustrato profundo
de mi fe y confianza
en la marcha del mundo.


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