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Archive for the ‘Sonetos’ Category

Soneto XXIII

Gallardetes movidos por el viento,
escolleras donde rompen las olas,
nacaradas, sonoras caracolas
salmodiando su treno largo y lento.

Y un blanquecino y corrosivo ungüento
destiñendo purpúreas amapolas.
Y el malecón donde gaviotas solas
escrutan el cielo con ojo atento.

Allá arriba Dios en azul se baña.
Aquí abajo se siente el cimbronazo
de la retama y de la enhiesta caña

apresadas en el funesto abrazo
de los médanos, que la luna estaña
con la luz de su frío fogonazo.

 

 

 

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Sucede —raras veces— que le encuentro
un sentido a la vida, que le cojo
las vueltas, que su centelleo rojo
me ilumina y me afogara por dentro.

Pero no me acobardo sino que entro,
a riesgo de convertirme en despojo,
por testarudez más que por arrojo,
polilla chamuscada, hasta mi centro.

Allí se me revela un gran secreto:
la sangre se transforma en una rosa
entre las hojas verdeantes de un seto.

No acaba aquí esta aparición gloriosa:
desde un pico más alto que el Aneto
se precipita el agua tumultuosa.

 

 

 

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Pinos parasoles, chopos plateados
festonean caminos y riveras
—enhiestas, resplandecientes lumbreras
que sombrean los florecidos prados—.

Una manada de toros jaspeados
y albos corceles de recias cimeras,
aburridos de añagazas y esperas,
en estampía salen, desmandados.

El fulgor de la tarde es ambarino.
Cuando mueren ¿adónde van los sueños?
En medio del silencio vespertino

pasa un cortejo de fruncidos ceños
y un féretro de madera de pino
con coronas de lotos y beleños.

 

 

 

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Entre las hojas, ¿qué murmura el viento?
¿Qué secretos musita en el pinar?
En los naranjales nevados de azahar,
aquejado de un desfallecimiento,

¿por qué se apaga su voz un momento
y, vacilante, empieza a divagar?
¿Encarnando un exótico avatar,
nos cuenta el mismo o diferente cuento?

Cuando muere a los pies de las violetas
y, respetuoso, calla el ruiseñor,
¿no es ese venturoso resplandor

que nimba las almizcladas mosquetas,
no son ese silencio y soledad,
del viento la concluyente verdad?

 

 

 

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Profunda, hermosamente doloroso:
un océano púrpura, un tormento
sin nombre, sin sentido, sin contento,
vergonzante rubor, amargo poso.

Dolorosa, profundamente hermoso:
un tronar de alazanes contra el viento,
un borrachín sonado y harapiento,
un estridor, un fondo cenagoso.

Y caes de rodillas con tu fuego,
con la herrumbre del paso de los años,
dando un ultimátum, haciendo un ruego.

¿Por qué conductos fortuitos y extraños,
tras renunciar solemnemente al juego,
retornas a los antiguos apaños?

 

 

 

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Contigo se tropieza mi mirada,
a lo largo del día, muchas veces.
Eres aborrecible y te mereces
que te cante la verdad bien cantada.

Por tu pertinacia desvergonzada
que te lleva a mantenerte en tus trece,
a pesar de mis quejas y mis preces,
eres la contrarréplica de un hada.

Eres soso, insolente, machacón.
Crees que la tuya es la única manera
de regir nuestra mente y nuestra acción.

Mas sólo eres un reloj de pulsera
y hoy domingo voy a darte plantón.
Hoy domingo no te quiero a mi vera.

 

 

 

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Un cólico nefrítico me aqueja,
arrojándome a una insondable sima
que se traga, por ende, mi autoestima.
Mi dolor me tiene entre ceja y ceja.

Soy testigo de cómo tras la reja
los colores se tornan en calima,
se diluyen, negrean y da grima
esa vuelta a la caótica madeja.

Muerte, duelo, condenación, renuncia
flotan en ese vacío peciento
en el que una pálida raíz anuncia

el milagro de un nuevo advenimiento:
una guirnalda de mastranzo y juncia
con la que coronar mi sufrimiento.

 

 

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[El estúpido sueño de la vida]

“El estúpido sueño de la vida”
dices contemplando el azul del cielo.
“¿Por qué esta inquietud y este desvelo?”
preguntas con sonrisa desvaída.

“Los tristes frutos son de la caída”
añades esgrimiendo el escalpelo.
“De ahí procede también este repelo
o disgusto o náusea que nos embrida”.

La gran bóveda de color turquesa,
de la que al cabo apartas la mirada,
de luces diminutas se empavesa.

“¿Acabaste por fin tu jeremiada
o tienes preparada otra remesa
que te impida gozar de la velada?”.

 

 

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Terco fantasma que surge a deshora,
trastocando mi vida y sus afanes,
provocando conflictos y desmanes
donde reinaba la concordia otrora.

En los sustratos más profundos mora,
implacable traílla de alacranes
que destruye propósitos inanes
conforme asciende, misteriosa espora.

Abrumador camuñas de la infancia
que me sigue zahiriendo con sus flechas
y embriagando cuando halagüeño escancia

en mi oído el vino de sus endechas.
Tildarlo de rememoración rancia
no impide que no haga nada a derechas.

 

 

 

 

 

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