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Posts Tagged ‘sueños’

21

Aparecieron signos que inquietaron a Edu y ensombrecieron su ánimo. Primero fueron unos sueños extraños que, aunque no pudieran ser calificados de pesadillas, dejaban un poso de ansiedad.

Eran visiones de animales reptantes, pero había tan poca luz que era imposible identificarlos. Tal vez eran culebras o lagartos. En cualquier caso, sabandijas de cuerpos sinuosos que no paraban de bullir.

Una noche en que regresaba a su habitación tras haber estado estudiando en la Biblioteca, vio en los largos y mal iluminados corredores del castillo, deslizándose silenciosamente, unas larvas blanquecinas de un tamaño desproporcionado.

Avanzaban con tenacidad. A Edu le pareció que fosforecían, pero seguramente esa impresión era sólo un efecto de la tonalidad lechosa de esos gusanos gordos y blandos.

El muchacho observó que se comprimían y expandían como si les estuviesen inyectando y extrayendo aire con un fuelle. Esta operación les permitía realizar las ondulaciones con las que iban ganando terreno.

Edu contemplaba hipnotizado esas hileras de orugas rechonchas, como fláccidos sacos de patatas, que recorrían los pasillos con entera libertad.

Esas criaturas fantasmales le produjeron más repugnancia que miedo. Las larvas, se dijo, no hacen daño. Pero ante las dimensiones de estas experimentaba un invencible rechazo.

Su naturaleza amorfa, la ausencia de miembros, ojos, orejas, desconcertaron a Edu que sólo reaccionó cuando desaparecieron en un recodo, aflorando en su mente una explicación.

Algo malo se avecinaba, se materializaría pronto. Las larvas eran las mensajeras.

Edu entró en su habitación y encendió la vela que había en la mesita de noche.

Las puertas del armario estaban entornadas. Se acercó y las abrió del todo. Rápidamente advirtió que faltaba la camisa de lino.

Revolvió el mueble, aun estando seguro de que la había guardado allí. Se resistía a admitir que se trataba de un robo.

De las dos camisas con la H de Haitink que, al igual que sus compañeros, había recibido de manos del Gran Maestro, sólo tenía la que llevaba puesta.

Al día siguiente, en el desayuno, contó este suceso a Hemón. Los dos muchachos sospechaban quiénes eran los autores de esa fechoría. Hemón le dijo a su amigo que debía denunciar el hurto. Edu sabía que eso daría lugar a una investigación. Primero quería intentar arreglar ese asunto él mismo, sin recurrir al Gran Maestro, que era inflexible con los delitos.

Pero ni siquiera cuando se perdió misteriosamente su segunda camisa de lino en la lavandería, Edu se decidió a presentarse ante Mortimer y revelarle estos hechos.

Hemón señaló, aunque esa puntualización fuese innecesaria, que estaba en inferioridad de condiciones al no disponer de la protección que proporcionaban esas prendas. Los peligros, que a todos acechan, tenían en él a una presa más fácil.

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Anteo (IV)

IV
Sigo andando por esa calleja curvilínea,
calleja de los sueños,
donde mana la vida
en un punto concreto,
donde está la salida
del mundo rutinario,
donde el júbilo anida
cual ave de los trópicos
cuyas plumas se irisan
con la luz matinal, con la luz vespertina.

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224.-Me pregunta Emma: “¿Sabes cómo se hacen los descubrimientos?” “¿Cuáles?” “Los científicos, los artísticos” “Nunca me he planteado esa cuestión” “Yo sí”.

Me quedo mirándola expectante. En vista de que ha callado, la animo a seguir hablando. “No se hacen a través de la lógica ni de la razón” “De la razón lógica” “Me he expresado con propiedad: de ninguna lógica ni de ninguna razón. Los caminos trillados no conducen a ningún hallazgo realmente novedoso sino a resultados probables, los cuales constituyen aportaciones importantes desde luego.

“No me estoy refiriendo a la raciocinación. La capacidad deductiva y el conocimiento de los datos son presupuestos ineludibles para el trabajo intelectual, sea de la clase que sea. Eso está admitido. Sabemos asimismo que la modorra de la razón engendra monstruos.

“Pero las grandes ideas que desvelan horizontes insospechados no germinan en esa tierra. Visualizo la lógica y la razón como líneas verticales y horizontales que se entrecruzan formando una cuadrícula o una rejilla que nos aprisiona.

“Para que se produzca un descubrimiento genuino hay que liberarse de esas coordenadas. No es la verticalidad y la horizontalidad las que lo propician sino la oblicuidad y la lateralidad. Ambas son esguinces que con gallardía realiza la mente. Es de esta forma como se consigue escapar y abrir una nueva vía”.

“¿Y ese movimiento oblicuo o lateral es voluntario o tienen que darse unas condiciones determinadas?” pregunto. “Esos movimientos, como tú los has llamado, o quiebros son el producto de vislumbres intuitivos y oníricos. Es en el terreno de la intuición y de los sueños donde salta la chispa de la genialidad.

“Ese material incongruente y surrealista es el caldo de cultivo donde surgen las grandes ideas. En ese magma la lógica y la razón pintan poco o nada.

“Posteriormente hay que objetivar y elaborar esos atisbos para extraer de ellos todas sus consecuencias, las cuales deben ser contrastadas y sometidas a los análisis pertinentes y a la piedra de toque de la crítica.

“Partimos de la base de que uno domina el área de conocimiento correspondiente. Yo, que nunca he puesto los pies en un laboratorio, no voy a descubrir ningún elemento químico desconocido hasta este momento.

“Pero es en esa parte oculta de la mente, la que no se deja acotar mediante coordenadas, la que se manifiesta a través de la intuición y los sueños, donde se hallan las claves o las luces capaces de iluminar parcelas inéditas de las ciencias y de las artes. O simplemente de la realidad”.

“Las personas que proceden de esa manera” replico, “corren el riesgo, me temo, de que las tomen por chifladas” “Muchas de ellas son, en efecto, especiales. No son como el común de los mortales. Es posible incluso que abunden los “borderlines”. Pero son ellas, en todos los ámbitos, las que mantienen viva la llama de la creación.

“La mayoría de nosotros estamos atrapados en la red geométrica como peces moribundos, atravesados por los ejes cartesianos como mariposas clavadas con alfileres. La libertad y la inventiva exigen una huida en diagonal”.

 

 

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II

“Y aquí entramos en la segunda parte de este tema. Querer que la sociedad se transforme no es un delito. Los ajustes son necesarios y las actualizaciones se imponen.

“Estos términos discretos poco tienen que ver con los maximalismos de un revolucionario, que es alguien dotado de un ego monstruoso con delirios en consonancia, e incapaz de mejorar personalmente, ya sea porque ese asunto se la refanfinfla, ya sea porque ese cambio supera sus fuerzas. Y como ese revolucionario está provisto también de una desmesurada energía que le es necesario quemar, las consecuencias incendiarias las pagamos todos. Que arda Troya, pues sólo sobre sus cenizas se puede elevar la nueva ciudad.

“Para mudar individual o socialmente hace falta un sueño. El revolucionario tiene el suyo, tú el tuyo y yo el mío. Incluso más de uno. Todos soñamos, todos tenemos una idea de cómo deberían ser las cosas, de en qué consiste la felicidad o el bienestar, o de cuál es la mejor manera de divertirse.

“No es preciso señalar que esta es una cuestión personal con la que no deberíamos chinchar a los demás, a los que, llegado el caso, acabaremos obligando a vestirse, comer y comportarse de acuerdo con mis normas. Y si no les gustan, tanto peor para ellos, pues mi sueño es superior.

“No vayas a pensar que hablo solamente desde un punto de vista social. Lo que digo es aplicable perfectamente a nivel casero. Antes hablaba de choque de intereses. También hay choques de sueños que son igual de frecuentes y desastrosos.

“La psique humana genera sueños. La sangre corre por las venas. En el estómago se procesan los alimentos. Los huesos sostienen el cuerpo y los músculos posibilitan el movimiento. Esa es nuestra naturaleza.

“Así que lo malo no es tener sueños sino querer imponérselos a los demás. O sea, querer acicalarlos a tu manera para que luzcan bonitos según tu propio concepto de la elegancia.

“Los sueños ajenos no se acatan ni se desarrollan a no ser que coincidan con los nuestros, lo cual, por supuesto, ocurre. A nivel comunitario esa convergencia constituye una gran fuerza. A nivel doméstico facilita la convivencia.

“Es una gran desgracia que a uno le adjudiquen un puesto en el sueño de otro, donde siempre será un vasallo al servicio de un señor feudal. Donde sufrirá la humillación de ver excluido el suyo en la medida en que no se ajusta al impuesto.

“Reducido al papel de peón, jugará una partida de ajedrez alienante, realizará acciones decididas por otro, dejará de ser una persona, se cosificará.

“Esta es una de las causas, tal vez la principal, de las rebeliones. Si tu sueño y el mío son similares, miel sobre hojuelas. Si difieren, respetémonos. Siempre habrá espacios comunes donde podamos encontrarnos.

“Y así enlazamos con el principio de este diálogo, que no anacoluto, en el que se proponía la ecuanimidad como modo de vida”.

“Sospecho” concluye Emma “que en esos choques de sueños de los que has hablado, al igual que en los de intereses, la cuestión que subyace es la del poder” “Eso pienso yo también. Esa bestia negra no duerme y sus adoradores están siempre dispuestos a rendirle honores”.

 

 

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II

Una de las primeras evidencias es que ya hemos dejado de tontear. Eso no significa que seamos más listos. Cada mochuelo, como diría el cazurro tío del plumilla, está en su olivo, en él está posado y, si se anima a desentumecer las alas, pronto regresa a su rama que no forzosamente tiene que ser cómoda. Sólo es su rama.

Mientras miramos los parterres de cintas, las hiedras que trepan por los troncos de los árboles, los enhiestos agapantos de flores azules, las yucas, los setos de fragante mirto, mientras atravesamos las glorietas con largos bancos de ladrillos, frecuentadas por las palomas cuyo discreto zureo, a pesar del tráfico circundante, se deja oír, allí encontramos si no la respuesta, que tan pomposo suena, al menos una respuesta, una constatación, un guiño. O, por mejor decir, varios.

Emilio habla de soñar. Los sueños antes, los sueños ahora, los sueños siempre. Dormidos y despiertos. Esas constelaciones mentales que dibujan figuras mitológicas, espirales que se expanden y caminos que conducen al infinito, son el dosel bajo el que desfilan nuestros días en la tierra. Nuestras estrellas que, cuando se apagan, todo se vuelve oscuro, y que, cuando se encienden, nos iluminan con su resplandor diamantino. “Te llamé. Me llamaste” dice Emilio.

Seguimos andando de acá para allá, escuchando esas voces grabadas en la piedra, que confirman nuestras intuiciones, que nos afianzan en nosotros mismos, en lo que creemos, en lo que somos, que nos devuelven la confiada sonrisa de antaño, cuando éramos usuarios habituales de los bancos del parque.

Ante la última nos detenemos largamente. Es la que nos va a acompañar tras esta visita que finaliza. Es una voz y una imagen. Peinado hacia atrás, con una leve sonrisa, Luis nos recita su poema de resonancias becquerianas. “Donde habite el olvido, / En los vastos jardines sin aurora; / Donde yo sólo sea / Memoria de una piedra sepultada entre ortigas / Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios”.

 

 

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2

A derecha y a izquierda, aleatoriamente, se suceden, con sabor onírico, las confiterías, las copisterías, las librerías, los bares, las tiendas, las autoagresiones, las pesadillas, las humillaciones, los mareos, el vértigo, la tentación del autismo. Todo ello bañado en la irrealidad que confiere la marejada de la angustia, cuyas turbias aguas desdibujan los objetos y los hace brillar con una luz fantasmal.

Basta entonces la circunstancia adecuada, que puede ser cualquiera, calle concurrida, recintos abiertos o cerrados, ascensores, cola de clientes en la caja de un supermercado, para que las defensas salten por los aires, para que los monstruos acudan, para que se dé un traspié y se choque con la luna de un escaparate donde hay expuestos objetos de ortopedia.

Sigo andando. Al lado de la puerta de los grandes edificios hay placas de reluciente latón con el nombre de médicos y abogados. Abundan los bufetes, las consultas, las oficinas. Nada que interese, nada que salve.

Sólo ayudan los sueños y el hambre. El estómago vacío es un buen acicate. Si voy a comer en esa situación, camino más alegre, sin pensar en otra cosa, porque al final me espera un plato de lentejas o unos filetes empanados que no importa lo resecos que estén. Mi hambre es suficientemente grande para dar buena cuenta de ellos. Lo malo es no tener hambre. Yo la tenía y tenía sueños, que son dos condiciones indispensables para caminar. Son el combustible de la vida.

Hambres saciadas o por saciar, sueños realizados o frustrados. Su recuento es el contenido de cualquier biografía. Desde esta altura puede contemplarse el panorama de eso que llamamos vida. Y a lo mejor, aunque no sea necesario, animarse a hacer un balance provisional, lo cual es una redundancia. Todos los balances lo son.

Papelerías, agencias de viajes, tiendas de ropa. Espoleado por el hambre. En alas del sueño. Andando. Entonces. Ahora. Hasta que surge el obstáculo, la prueba inevitable a la que deben hacer frente los paladines.

Esa prueba suele aparecer, según la literatura y la realidad (una y otra se reflejan, son espejos mutuos), como un puente que hay que atravesar. Hay que llegar al otro lado, conquistar la otra orilla. Si se tiene confianza en uno mismo, la empresa no resulta difícil. Pero si aquella falla, está carcomida, erosionada por un exceso de lucidez, por una aguda conciencia de la transitoriedad o de la futilidad de los actos humanos, la cosa cambia. El puente se convierte en un abismo.

Primero hay que dejar atrás a los manipuladores, a aquellos a los que uno ha pagado un innecesario peaje por transitar por un mundo que es de todos. Pero la ingenuidad, el buen talante, el deseo de ser aceptado e integrarse en una comunidad, nos lleva a abonar precios elevados, incluso exorbitantes, de forma que ese ruinoso dispendio exigirá largos sacrificios.

Lo primero es alejarse de esos artistas en manejos que te ponen a su servicio, razón por la que, encima, te tienen en poco o te desprecian. Lo primero es marcar las distancias aunque para ello sea inevitable aceptar la soledad, que es el estado de los paladines, de los caballeros que quieren alcanzar la otra orilla.

La manipulación, que implica una enorme falta de respeto a los demás, es una de las facetas más desagradables de las relaciones humanas. Es la base y el inicio de los procesos de degradación. Es el ariete que demuele la dignidad, la individual y la colectiva.

 

 

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3
Soñaba con países
exóticos lejanos
y hermosas aventuras
por nadie imaginadas
a lomos de un camello
recorría regiones
por todos ignoradas
vestido con guerrera
y un largo catalejo
exploraba planetas
y los fondos marinos
de astronauta de buzo
soñaba con caminos
que llevaban a Siria
al País de la Seda
a la Arabia Feliz

 

 

 

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Pinos parasoles, chopos plateados
festonean caminos y riveras
—enhiestas, resplandecientes lumbreras
que sombrean los florecidos prados—.

Una manada de toros jaspeados
y albos corceles de recias cimeras,
aburridos de añagazas y esperas,
en estampía salen, desmandados.

El fulgor de la tarde es ambarino.
Cuando mueren ¿adónde van los sueños?
En medio del silencio vespertino

pasa un cortejo de fruncidos ceños
y un féretro de madera de pino
con coronas de lotos y beleños.

 

 

 

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                                           II
Llegó a pensar que tal vez no fuese una buena idea llevarse una pintura tan lúgubre a un lugar tan solitario, donde además suponía no le sería necesaria. Allí estaría en contacto con la naturaleza viva, de efectos benéficos similares o superiores.
Hubo momentos en que dudó, en que consideró un error decorar la casita de la huerta, tan luminosa, enclavada a orillas del río Tremedal, con ese lienzo que ni siquiera era original.
Pero desechó sus reparos argumentando que, por contraste con el entorno, el cuadro podía adquirir nuevos significados. Incluso le pareció una travesura. Una broma que se gastaba a sí mismo.
Él iba al encuentro de su propia naturaleza, la que había aflorado en su infancia, y que más tarde había arrinconado, ignorado o ajustado a las expectativas sociales.
Aparte de su trabajo de programador informático que seguiría realizando desde la huerta, la lectura sería su principal actividad.
De hecho, los libros tenían para él más peso que la propia realidad, eran un mundo en que se sentía a gusto, pues le permitían la suficiente distanciación para sopesar y comprender los pros y los contras de las acciones humanas, de suyo tan impredecibles y contradictorias.
Un buen libro, qué duda cabía, era preferible a una conversación anodina. El primero dejaba tras sí una estela de satisfacción, un regusto placentero, la certidumbre de un aporte de sabiduría, mientras que la segunda, si no caía inmediatamente en el olvido, quedaba flotando como una nube de humo acre.
Los diálogos imaginarios con los autores habían ido desplazando a los diálogos de sordos que normalmente se entablan con los demás, sobre todo, como tenía comprobado, con los supuestos amigos y con la familia.
La autenticidad de la lectura era superior a la de las otras parcelas del mundo real.
A esta ocupación había que sumar los sueños. La lectura era la tierra de la que brotaban por encanto, era su caldo de cultivo. Leer y soñar eran actividades inextricablemente unidas, superpuestas, imbricadas como las tejas de un tejado. Leer y soñar eran vasos comunicantes que se alimentaban recíprocamente.
Un libro era una ocasión de soñar de la misma forma que un sueño abocaba a un bosquejo mental, el cual podía ser el embrión de otro libro o de cualquier otro proyecto.
Ésta fue otra de las razones de su retiro. En su interior, espontáneamente, había ido cobrando forma el deseo de escribir, de pergeñar su propio universo. Como les había ocurrido a tantos antes y les seguiría ocurriendo después que a él, quiso dejar constancia por escrito de lo que bullía en su cabeza y en su corazón. Quiso modelar sus sueños, trazar los planos de las ciudades que se perfilaban en su horizonte mental.

 

 

 

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I
Altivo, disconforme, de pie sobre un peñasco,
escuchas cómo muere el eco en la distancia.
Te aferras ciegamente a tu forma de ser
y el sufrimiento alza su cabeza leonina.
Una aullante manada de hienas y chacales
arrasa lo que encuentra en su avance incesante.
Con su luz argentada ilumina la luna
los agudos colmillos, los duros pedregales,
la desnudez del mundo.

II
¡Oh, hijo de Saturno! que cobijas el alma
en la melancolía, en ese cascabullo
del color de tus sueños.
El púrpura, el violeta
ponen notas dramáticas a tu felicidad.
Distante, replegado, ya la paz encontraste.

III
Estandartes, espadas proclaman el orgullo
de los que aman la guerra, mas tú no buscas eso.
Toda esa algarabía te deja indiferente.
El clero, los burócratas, las ferias, los congresos
son las pinzas potentes de un malvado cangrejo,
las enormes marmitas en las que se recuecen
las almas de los vivos hasta hacerse una pasta
finamente homogénea.

Los hijos de Saturno no pasarán por eso.
Cogerán su maleta y luego partirán
a ese lugar remoto que no figura en mapas,
que sólo ellos conocen.

 

 

 

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