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Posts Tagged ‘Luis Cernuda’

301.- Me dice Emma con desacostumbrada seriedad: “Voy a cambiar de médico” “¿Y eso?” “Esta mañana fui a ver al que tengo desde siempre, y que seguramente por esa razón me trata con demasiada confianza, para preguntarle por unas manchitas que me han salido en las pantorrillas. Al principio eran pocas y casi invisibles. Pero han ido proliferando y tomando color de forma que ya no pasan desapercibidas salvo que me ponga medias o pantalones” “Salvo que las ocultes” “Pero ahora llega el verano y se va más ligera de ropa. Le expliqué al risueño doctor que esas manchitas ni me picaban ni me dolían. Sólo me molestaba su existencia. Tal vez hablé más de lo necesario. A veces no me controlo, sobre todo cuando estoy nerviosa o cuando siento que estoy siendo evaluada críticamente. Añadí que carecía de importancia, que sería un síntoma aislado, sin consecuencias. La sonrisa de mi médico de cabecera se acentuó y yo acabé afirmando que había venido por curiosidad. Y también para saber si había algún remedio.

“Sin despegar los labios, se levantó del sillón, se acercó y me pidió que le enseñara las manchitas. Las miró un instante y regresó a su asiento. “Y bien, ¿qué es esto?” le pregunté.

“Juntando sus dedos gordezuelos por las puntas al tiempo que se recostaba en el espaldar, ¿sabes lo que me respondió el insolente?” “Ni idea” “La decadencia del imperio romano”.

302.-Emma, que ha tenido un atranque social del que no se ha repuesto todavía, murmura: “El infierno son los demás” “Supongo que eso era lo que Sartre pensaba de sí mismo en relación con sus semejantes” “¿Y para ti qué es?” “Lo concibo como una feria gigantesca de la que quiero salir a toda costa, pero, dada su inmensidad, no me es posible de forma que me voy azorando cada vez más. Casetas y casetas, infinitas hileras de farolillos, gente bailando y cantando a porfía…y planeando sobre ese panorama como un ángel exterminador la obligación de pasárselo bien”. Emma replica: “Vaya, tienes una visión sartreana de la feria”.

303.-Cuenta Luis Cernuda en “Poesía y literatura” que, cuando estaba haciendo el servicio militar, como parte de la instrucción, salía a caballo con otros reclutas por las afueras de Sevilla. Una de esas tardes ocurrió un hecho extraordinario, una epifanía, que él marca como el tercer y decisivo hito de su vocación. Aparte de la experiencia en sí, señala el poeta un rasgo que comparten todos los que sienten el deseo de objetivar su mundo interior. Cernuda habla de “urgencia expresiva”. Es decir, de la necesidad de coger una pluma, un bolígrafo o un lápiz y consignar lo que bulle en el espíritu.

Así lo refiere: “Una de aquellas tardes, sin transición previa, las cosas se me aparecieron como si las viera por primera vez, como si por primera vez entrara yo en comunicación con ellas, y esa visión inusitada, al mismo tiempo, provocaba en mí la urgencia expresiva, la urgencia de decir esa experiencia”.

304.-Hay un hambre que no se sacia con nada. Aparece en los sueños. Esa hambre puede llevarnos a ingerir grandes cantidades de comida, pero sigue intacta. Nunca llegamos a satisfacerla. Hay un hambre que es el síntoma de una carencia primordial.

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II

Una de las primeras evidencias es que ya hemos dejado de tontear. Eso no significa que seamos más listos. Cada mochuelo, como diría el cazurro tío del plumilla, está en su olivo, en él está posado y, si se anima a desentumecer las alas, pronto regresa a su rama que no forzosamente tiene que ser cómoda. Sólo es su rama.

Mientras miramos los parterres de cintas, las hiedras que trepan por los troncos de los árboles, los enhiestos agapantos de flores azules, las yucas, los setos de fragante mirto, mientras atravesamos las glorietas con largos bancos de ladrillos, frecuentadas por las palomas cuyo discreto zureo, a pesar del tráfico circundante, se deja oír, allí encontramos si no la respuesta, que tan pomposo suena, al menos una respuesta, una constatación, un guiño. O, por mejor decir, varios.

Emilio habla de soñar. Los sueños antes, los sueños ahora, los sueños siempre. Dormidos y despiertos. Esas constelaciones mentales que dibujan figuras mitológicas, espirales que se expanden y caminos que conducen al infinito, son el dosel bajo el que desfilan nuestros días en la tierra. Nuestras estrellas que, cuando se apagan, todo se vuelve oscuro, y que, cuando se encienden, nos iluminan con su resplandor diamantino. “Te llamé. Me llamaste” dice Emilio.

Seguimos andando de acá para allá, escuchando esas voces grabadas en la piedra, que confirman nuestras intuiciones, que nos afianzan en nosotros mismos, en lo que creemos, en lo que somos, que nos devuelven la confiada sonrisa de antaño, cuando éramos usuarios habituales de los bancos del parque.

Ante la última nos detenemos largamente. Es la que nos va a acompañar tras esta visita que finaliza. Es una voz y una imagen. Peinado hacia atrás, con una leve sonrisa, Luis nos recita su poema de resonancias becquerianas. “Donde habite el olvido, / En los vastos jardines sin aurora; / Donde yo sólo sea / Memoria de una piedra sepultada entre ortigas / Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios”.

 

 

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Al parecer, Cernuda no descubrió esa verdad con la que traicionar a su soledad. Lo que halló en esa búsqueda le produjo hastío, asco incluso.
Así que vuelve a ella, a su “soledad de siempre”, y se encuentra a sí mismo, al que fue antes de perderse, y las únicas cosas auténticas: el sol, la noche, la lluvia…y el mar, cuya visión propicia esta declaración:

(…)
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
Oigo sus oscuras imprecaciones,
Contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
(…)

Luis Cernuda, Soliloquio del farero

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