Al parecer, Cernuda no descubrió esa verdad con la que traicionar a su soledad. Lo que halló en esa búsqueda le produjo hastío, asco incluso.
Así que vuelve a ella, a su “soledad de siempre”, y se encuentra a sí mismo, al que fue antes de perderse, y las únicas cosas auténticas: el sol, la noche, la lluvia…y el mar, cuya visión propicia esta declaración:
(…)
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
Oigo sus oscuras imprecaciones,
Contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
(…)
Luis Cernuda, Soliloquio del farero
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