¡Oh, mi airoso velero! ¡Cuánto tiempo esperando!
Mas ya estamos dispuestos a emprender la aventura
que nadie sabe adónde nos ha de conducir.
Qué más da un sitio u otro. Lo importante es partir,
surcar los siete mares, dejando que los vientos
salitrosos, yodados, nos atecen la piel.
Extrañas nubes blancas se van deshilachando.
Parece que corrieran hacia un punto lejano,
hermosas pinceladas en el azul del cielo.
Bandadas de gaviotas mecidas por los vientos
se balancean y cuelgan como frágiles lámparas,
y el mar embravecido furiosamente se alza.
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