XXIV
Oh, la dulce tarea de forjar otros mundos.
El tiempo sin sentir
transcurría, volaba.
Yo no era melindroso
en cuanto a los lugares.
Mi reino era interior.
Por eso despreciaba,
en verdad ni siquiera
de ser considerada
merecedora era,
cualquier comodidad.
Una piedra, un saco me servían de asiento.
¿Qué importancia tenía esa trivialidad?
Un techo, una pared, el cielo, el horizonte,
corrales, sementeras.
De todos los lugares
en los que hemos estado en unión fraternal,
hay uno del que guardo un recuerdo especial.
Era un cuarto apartado,
en invierno sombrío, caluroso en verano,
al que me retiraba
como Santa Teresa, salvando las distancias,
cuando lo precisaba.
Ese cuarto apartado, tantas veces refugio,
culmen de mi sosiego, cifra de mi equilibrio,
es de todos, sin duda, mi rincón preferido.
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Y estâ dentro del poeta ese cuarto, o fuera? Un saludo, Antonio.
En los dos sitios, como puedes suponer. Pero el de fuera ya no existe. El tiempo lo engulló. Un abrazo.
Llevarlo dentro es lo mejor. Ahí siempre se puede acceder. Aunque fuera tampoco está nada mal.
Ese cuarto me acompaña permanentemente. Lo que me recuerda el poema de Kavafis «La ciudad», de donde extraigo este verso: «La ciudad irá en ti siempre».
Es bueno también tener un refugio exterior.
No lo conozco. Lo leeré.
Y es una habitación que se lleva a donde sea para que, lejos del mundanal ruido, se pueda ser en plenitud y libertad. Andar ligero, es lo único que ayuda en verdad. La cuestión es lo mucho que nos cuesta lograrlo.
Abrazobeso fraterno, cariñoso y siempre admirativo, magister meus.
En principio fue una habitación externa que ha sido interiorizada, lo cual significa que siempre va conmigo. Es un lugar de paz y de creación, un centro de fabulación donde se forjan mundos imaginarios, y esto remite al título de este poemario, del que esta composición es la penúltima. Un abrazo.