Un hombre atormentado fue a ver a un chamán. Éste le pidió que expusiera sus males todas las veces que fueran necesarias hasta encontrar el tono y la expresión adecuados a su relato. Una vez dicho esto, el chamán se limitó a escuchar.
El hombre por sí solo debió deshacer los nudos, limpiar la broza y desarmar los cepos que obstaculizaban el paso de las palabras.
Fue el momento más difícil. A menudo, su voz se quebraba, se debilitaba, moría.
En cuanto al chamán, no sólo permanecía callado, sino que daba la impresión de estar ausente.
Esta angustia duró una eternidad.
Cuando el hombre regresó a su hogar, estaba curado. La historia que contó a sus convecinos acababa así: “El chamán no admite dinero ni regalos. Cuando considera resuelto el problema, se levanta, te cede su sitio y se va”.
Ante la mirada atónita de sus oyentes, añadía: “También yo me quedé desconcertado viendo cómo se alejaba con su “kikitut” de marfil en la mano”.

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Me ha gustado. Hay personas cuyo chamán está en su interior, muchas otras necesitan un chamán externo, pero la calidad y generosidad de este chamán auténtico no es fácil de encontrar en el exterior; de ahí que tengamos que aprender a estar y dialogar con nosotros mismos más frecuentemente.
Me ha encantado tu relato, sobre todo el final, da a entender que todos podemos ocupar el lugar de chamán, que la sabiduría se comparte y se aprende, que hay que dejar ser al otro en lugar de decirle cómo actuar (cosa freceunte en nuestra cultura).
Gracias por la sencillez que transmite la grandeza del chamán!
Felicidades!
Era un chamán muy riguroso. Ya ves, permanecía impasible ante la angustia del pobre narrador mientras éste componía su historia. Pero, tras superar la prueba, el chamán fue generoso con el hombre y lo consideró su igual.