A pesar de los ruegos, el rey tomó el salterio y alabó al Señor, al que llamaba mi roca y mi baluarte y mi refugio. Como estaba viejo y enfermo, sus parientes, alargando la mano, insistían en que les entregase el instrumento. Pero él, haciendo caso omiso, pulsaba las cuerdas y cantaba. Ni siquiera cuando las fuerzas empezaron a fallarle y la voz se le quebraba como una fina capa de hielo, dejó de glorificar a la roca que todo lo sostiene. Al amanecer cerró los ojos, pero sus dedos seguían acariciando el salterio.
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Antonio, esto de visitar tu blog se está convirtiendo en una costumbre. Entro siempre que puedo y me gusta dejarte algún comentario.
Me ha gustado este fragmento, aunque no se si es un fragmento o la totalidad, con tintes bíblicos.
Que noble y bello me parece morir alabando al Señor. Es, sin duda, una muerte digna de un rey.
Pintas, con exquisitas palabras, una escena impresionante. Gracias
Es un mini relato (un texto corto, como llamo a esta categoría) de inspiración bíblica, veterotestamentaria.
Me alegro de que pasear de vez en cuando por este bosque se esté convirtiendo en una costumbre, así como de que dejes en él una huella de ese tiempo que le has dedicado.
He conocido a algunas personas que nos han abandonado de esta manera, y realmente al leer este relato me he acordado de ellas.Y es que en la hora del tránsito, el don de la fe y la confianza en el Padre supone una acogida feliz y gozosa para la persona que se marcha.
Sí, es una hermosa forma de morir. Me pregunto si hay otra mejor. Lo has expresado magníficamente en tu comentario, que he descubierto (ignoro por qué razón) tardíamente.
Sublime texto, seguir tocando es seguir en contacto con Dios.
Es seguir glorificándolo. Es aceptar su grandeza inconcebible para la mente humana. Eso es lo que hace hasta el último suspiro el rey de este microrrelato.