
No sé de quién fue la idea de que yo diese clases de solfeo. Quizás de Jorge. Accedí para que me dejasen tranquilo. Al principio el do-re-mi llegó a interesarme, pero por poco tiempo.
El profesor de música vivía solo en una casa de la calle Tejano. Tendría cuarenta o cincuenta años. Soy torpe para calcular la edad de una persona. A lo mejor tenía más.
Trabajaba en Sevilla, en el conservatorio. La gente del pueblo no se explicaba que, teniendo su trabajo en la capital, se hubiese venido a vivir a un pueblo. A este respecto, corrían historias peregrinas.
En casa habían comentado este hecho en varias ocasiones. Como conclusión, mi padre decía: “Cada cual puede hacer de su capa un sayo. Y nosotros tenemos que estarle agradecidos”.
Se refería a mí. De no ser por el profesor de música, yo habría permanecido en la más completa inactividad, lo cual, según Jorge, era contraproducente.
Por eso creo que fue él quien sugirió las clases de solfeo. Pero dichas clases perdieron pronto su interés para mí.
Dejé de preocuparme y practicar, aunque no por ello faltaba a la cita con el profesor tres tardes por semana.
En cuanto a éste, estoy seguro de que lo habían aleccionado. Se mostraba siempre amable conmigo. Nunca me obligaba a nada. Por fortuna, yo no era el único solfista. Había otros deseosos de aprender.
In illo tempore (VI)
junio 24, 2011 por Antonio Pavón Leal
Deja un comentario