
Molestaba sobre todo que no hablase. O que hablase poco. Pero yo sabía que hablábamos lenguas diferentes.
No valía la pena dar explicaciones. Por otro lado, me repugnaba la idea de tener que justificar mi comportamiento ante los demás.
Recuerdo, sin embargo, haberlo intentado con Jorge. Tras mis efusiones verbales, me acometía tal pesadumbre que me juraba no volver a caer en la tentación.
Porque se trataba de una debilidad por mi parte.
Me dejaba engatusar por sus palabras. No pongo en duda que quisieran ayudarme.
Un día que mi padre estuvo conversando con Jorge y luego se fue dando un portazo, me pasé un buen rato cavilando.
Sus deseos por acelerar mi curación, la retrasaban.
No quiero ser injusto con ellos. Pero su impaciencia obstaculizaba mi restablecimiento. Lo volvía más arduo.
Cuando se crispaban, aunque no descargasen su irritación sobre mí, me ensombrecía tanto como si se hubiesen puesto a gritarme.
Querían encontrar a toda costa una solución a mi problema. Con este objeto, se encerraban en el despacho de mi padre para intercambiar impresiones y analizar la situación creada por mí poco menos que para fastidiar a la familia.
Esta vez eran ellos los injustos conmigo.
Durante las primeras semanas, como si estuvieran conspirando contra mí, los conciliábulos se sucedieron a mis espaldas.
In illo tempore (XI)
julio 9, 2011 por Antonio Pavón Leal
Deja un comentario