
Un verso provocó la hecatombe. Su eco resonó por encima de las aguas del río, chocó contra el puente, cruzado a esa hora por peatones apresurados y raudos vehículos, rebotó en un embarcadero situado en la orilla opuesta, alrededor del cual crecían plantas acuáticas y flotaban peces muertos, y regresó extenuado, apestando a cieno y a podredumbre, a gasolina y a humanidad.
Dejé de leer. La ciudad en torno mío aceleraba su ritmo. Rugía como una moto subiendo una cuesta.
Me levanté del banco donde estaba sentado y di algunos pasos.
Permanecí en el parque hasta la noche, sin sentir el frío ni la humedad, aplicándome tenazmente a soñar, con los ojos puestos en los álamos.
Rehíce, reinventé, retoqué, remodelé…me agoté en un esfuerzo inútil
De pronto reparé en una persona medio oculta entre los arbustos.
Me había sentado de nuevo en un banco. Esa otra persona y yo nos hallábamos en una franja de sombra. El globo de cristal y la bombilla de la farola más cercana habían sido rotos de una pedrada.
No le pasó desapercibido que me había percatado de su presencia. Por mi parte, tuve la impresión de que me sonreía.
Me puse en pie. También la otra persona se movió, quedando parcialmente iluminada. Era un hombre con un cigarrillo sin encender en la mano.
Fue a decir algo. A pedirme fuego, supongo. Pero antes de que despegara los labios, eché a andar en dirección a la salida del parque.
In illo tempore (XV)
agosto 4, 2011 por Antonio Pavón Leal
Deja un comentario