
Estaba ansioso e ignoraba la causa. Salí a dar un paseo. Un largo paseo por las calles del pueblo.
Dentro de poco anochecería.
Cogí el método de solfeo, me lo puse bajo el brazo y eché a andar.
Andar me tranquiliza. Por lo general, es un recurso que da buenos resultados.
El cielo, por la parte de poniente, se había coloreado de rojo. Luego había una franja azul que se iba oscureciendo.
Me percaté de que estaba parado en mitad de la calle como un pasmarote, y de que varios ociosos recostados contra la pared de un bar todavía cerrado me observaban.
Enrollé el método Eslava, lo introduje en el bolsillo de mi chaquetón y proseguí mi camino.
Mi ansiedad, en contra de lo previsto, iba en aumento. Este pequeño incidente me alteró aún más.
¿Qué me ocurría? ¿Estaba verdaderamente enfermo?
Deseché al punto esa posibilidad.
Pasó la hora de la clase de solfeo y yo seguía recorriendo las calles del pueblo. Iba tan deprisa como si debiese gestionar un asunto que no admitía demora.
Otra vez volvió a asaltarme el pensamiento de que algo no funcionaba y otra vez volví a rechazarlo.
Me dije que estaba buscando algo, pero no sabía qué.
Por fin me detuve. Mi respiración se regularizó. Ante mí se extendía una calle en cuesta. Una farola iluminaba la hilera de casas de la derecha y la tapia de la izquierda. No había aceras.
Esa calle empinada tenía vida. En su mitad, una verde cascada salpicada de amarillo le confería ese don.
El silencio y el frío de la noche obraron los efectos de un sedante.
Debía regresar a casa.
Por encima de la tapia, la mimosa asomaba sus ramas verdes con borlas amarillas
In illo tempore (XX)
agosto 29, 2011 por Antonio Pavón Leal
Deja un comentario