
Mi actitud se estaba convirtiendo en una fuente de malentendidos. Pero yo seguía sin dar importancia al revuelo que se había organizado. Ni siquiera me tomaba la molestia de intervenir cuando, en mi presencia, se abordaba el tema que traía de cabeza a la familia: yo, naturalmente.
La imagen de una persona apática e irritante se sobrepuso a cualquier otra.
Por otro lado, las reacciones que provocaban mis contadas manifestaciones verbales, eran desmesuradas. Ésta era otra razón para mantener la boca cerrada.
En una ocasión, ante su insistencia, dije que necesitaba tiempo. De inmediato me preguntaron para qué. Para pensar, respondí.
Pusieron tal cara que, ingenuamente, añadí: “Para ver más claro”.
En virtud de una regla diabólica, cualquier cosa que dijera se volvía contra mí. Mis palabras me traicionaban.
Puesto que no me representaban, las consideré espurias.
Me reafirmé en mi silencio que a los ojos de los demás pasaba por abulia.
Por desgracia, la cosa no quedó ahí.
Las pesadillas que de tarde en tarde me asaltaban, se hicieron más frecuentes durante ese invierno.
Nota.-En la entrada correspondiente a In illo tempore (I) puedes encontrar ordenadamente todos los fragmentos publicados hasta ahora.
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