
Parecía que la tierra se había tragado al cochinito. Quizás se había escondido en una casa. Quizás había escapado al campo, en cuyo caso nada se podía hacer.
Pero ¿y si el bribón, cansado como tenía que estar después de esas locas carreras, se hallaba agazapado y tembloroso debajo de una cama, detrás de una maceta o en un rincón oscuro?
Cada escuadrón especulaba sobre las razones de la desaparición y sopesaba las medidas que había que adoptar.
Dado que la polémica suscitada tenía visos de eternizarse y nadie quería irse sin conocer el desenlace de esta historia, hombres y mujeres se fueron acomodando en las aceras, en sillas sacadas de las casas e incluso en mitad de la calle.
Pronto empezaron a circular botellas de vino que eran trasegadas mientras los líderes de esas asambleas desgranaban sus argumentos.
Sólo los viejos estaban ausentes de estas deliberaciones al aire libre. Algunos, haciendo valer su experiencia de la vida, se dirigieron a sus vecinos desde los balcones o desde las azoteas de sus casas, instándolos a dar por concluida esta jornada y a regresar a sus hogares.
Fueron abucheados.
Una viejecita, a quien la terquedad de los confabulados exasperaba, los llamó “partida de cretinos”.
A punto estuvo de ser descalabrada por una botella que le arrojó un malnacido; la cual, haciéndose añicos, se estrelló contra los hierros de la barandilla.
In illo tempore (XXXI)
octubre 13, 2011 por Antonio Pavón Leal
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