
Abatido y exhausto, me convertía en un pasajero de ese tren procedente de un abismo interior.
Encerrado en una de sus vagonetas cuadrangulares en las que apenas cabía un cuerpo en posición fetal, me veía reducido a la inmovilidad. Ciego a causa de la intensa negrura, ensordecido por el traqueteo de las ruedas, una sola sensación que se expandía en oleadas desde mi estómago me era dable experimentar: el vértigo.
El paso de espectador a ocupante de ese tren con destino a la nada se operaba según una inapelable lógica onírica.
El convoy que venía por mí surgía de una profundidad insondable. Su empuje no admitía resistencia.
Una vez empotrado en la vagoneta, no había escapatoria ni salvación.
Poseído por el pánico, sólo cabía esperar que la máquina franquease la pavorosa barrera del cero, a la cual nos acercábamos a la velocidad de la luz.
In illo tempore (XXXVIII)
diciembre 16, 2011 por Antonio Pavón Leal
Deja un comentario