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Este bravo torerillo
que se adentró sin un hilo
en el negro laberinto,
enfrentándose a la fiera,
¡oh Virgen de Valvanera!,
con la gracia de un delfín,
a esta historia puso fin.
Por un cuerno lo cogió,
la testuz le acarició
y lo llevó a una pradera
desde donde se ve el mar.
Le mandó no hacer más tretas
en Naxos, Patmos o Creta.
Que en lugar del laberinto
gozara del terebinto,
y escuchara las consejas
que bisbisean las viejas.
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