…
– ¿Y entonces?
-No sé.
-Pero yo la vi el otro día con el hijo de Adriana, los dos muy juntitos y acaramelados. Con decirte que ni siquiera me saludó. No me vería, claro.
-Esta hija mía se achara en cuanto se habla de novios. Seguramente tú sabes más que yo…
…te topas con ellos en cualquier parte. Morenos y sucios. Moviendo a compasión o a desprecio. La gente los mira de refilón, temiendo que se acerquen. No acaba de acostumbrarse. A lo más que llega es a considerarlos una nota pintoresca. Alegres pero sin educación. Desharrapados. Mientras tomas un café o saludas a un conocido, se acercan mirándote directamente a los ojos. Con una sonrisa en los labios. Vienen a pedirte dinero y tú los despachas como buenamente puedes. Tal vez esbozando una mueca de disgusto. Sin mirarles a la cara. Negando con la cabeza. Y ellos se dan media vuelta. Igual de contentos. Tanto si tu puño se ha abierto como si se ha mantenido cerrado…
…no se negaría en redondo. Ése no era su estilo. Alegaría que estaba ocupado. Mientras marchaba a su encuentro, imaginé la charla que tendríamos, incluidos sus gestos.
En efecto, no podía ser. No me dio ninguna razón de peso. Se limitó a exhibir su abanico de recursos, que me sabía de memoria, para cuando no quería hacer algo.
Adoptó un aire de arrogancia apenas contrarrestado por sus inconsistentes excusas. Sus sólidos argumentos las llamó sin pestañear. Luego dijo algo sobre dificultades insalvables. Yo observaba cómo hacía el paripé…
Deja un comentario