Me jactaba de ser un descreído que se complacía en no dejar títere con cabeza y en sembrar el desconcierto a su alrededor.
Me había vuelto tan cáustico que mis compañeros no me tomaban en serio. Con frecuencia eran ellos quienes planteaban un tema polémico para oírme despotricar.
Me estaba convirtiendo en un bufón al que, por serlo, se le permitían las salidas de tono. Gracias a la inmunidad que ese estatus me otorgaba, arremetía contra lo humano y lo divino sin preocuparme de que mis palabras sólo movieran a risa.
Estaba hecho un personajillo. A quienes opinaban que mi actitud sólo era una pose, les replicaba que así era en efecto. ¿Acaso la suya no era otra? La única diferencia radicaba en que yo era consciente de ese hecho.
Una pose es un tipo o estilo de vida. Todos nos vemos obligados a escoger uno: el que nos conviene o nos apetece, el que nos impone el entorno o el que nosotros le imponemos.
Una compañera repipi que me seguía la corriente, redondeó mi perorata definiendo la pose como una forma de estar en el mundo. E incluso dejó boquiabierto al auditorio al afirmar que, en definitiva, no era más que un combate contra la nada. Seguramente nadie la entendió, pero eso no importaba gran cosa, como tampoco que ella misma no supiera lo que estaba diciendo, limitándose a repetir algo que había leído en alguna parte.

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In illo tempore (LXXI)
agosto 15, 2012 por Antonio Pavón Leal
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