1.-La pretensión de querer ser original es una de las mayores ordinarieces en que puede incurrir el ser humano. Pero en nuestra sociedad la originalidad, o lo que quiera que por ella pase, es un valor codiciado.
En literatura se puede despachar esta cuestión de un plumazo, pues la originalidad es una imposibilidad. Todo está escrito, probablemente mejor de lo que podría hacerlo cualquier contemporáneo.
Por supuesto, siempre caben las variaciones y las reformulaciones. Siempre se puede matizar, remozar los viejos temas.
O empeñarse en levantar un edificio literario propio que no aspira a ser original sino tan sólo, y ya es mucho, a ser una construcción coherente, honesta, armoniosa, capaz de acoger al autor y a algún que otro visitante.

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Fui al taller de poesía, la tutora del taller, poeta y profesora, definió la originalidad como «ser fiel a su origen». Supongo que no es el mismo punto de vista que planteas en tu entrada, pero es un tema interesante, de todos modos. En lo personal, lo que me importa es ser honesta, pues la honestidad empapa las palabras y el lector se puede dar cuenta… al menos algunos…
A lo de «ser fiel a su origen» yo lo llamaría lealtad o fidelidad. Yo creo también que debemos ser leales a nuestros orígenes (a todo aquello que nos conforma como persona, y que, nos guste o no, constituye los mimbres con los que tenemos que trabajar).
No es la cuestión de la fidelidad a los orígenes o de la honestidad con uno mismo la que se aborda en esta entrada, sino el deseo de escribir algo nuevo, de descubrir nuevos temas o nuevas formas. Y, como ves, a ese respecto soy profundamente escéptico. A estas alturas, desde el punto de vista literario, todo está inventado. Pero quedan cosas tan importantes como ser fieles y honestos, que justifican ampliamente la escritura, sin contar con las propias motivaciones existenciales.