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Sentado en la terraza de aquel bar de Algeciras,
al borde del estrecho, más cansado que hambriento,
pediste de comer y mientras esperabas,
descubriste allí cerca una mirada limpia.
Rebulliste en la silla como si un calambrazo
te hubiese sacudido.
Había mucha gente. Se escuchó la sirena
de un barco que partía. Luego se hizo un silencio
sin resquicios, perfecto. Una luz diamantina
brotó de alguna parte inundándolo todo.
El tiempo se detuvo.
Entonces era joven, o sea impresionable.
Esas cosas ocurren por obra del azar,
me dices entre dientes.

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