Los hacedores de cultura – y 2
Todos lo tenían por un niño simplón porque no se tomaron la molestia de mirar en su interior. Si lo hubiesen hecho, se habrían asustado.
Justino tenía ramalazos de locura. En su cabeza bullían obsesiones e ideas peregrinas. El único medio efectivo de combatirlas era el viejo camión de su tío, a quien acompañaba en sus viajes siempre que podía.
Él era propenso a marearse. Pero dos incentivos lo ayudaban a sobreponerse. Por un lado, los resoplidos y explosiones del vehículo subiendo las cuestas, al que su tío espoleaba con juramentos y amenazas. Por otro, las fotografías de mujeres ligeras de ropa con que su pariente tenía empapelada la cabina.
La conjunción de ambas circunstancias le producía tal excitación que Justino se olvidaba de todo.
No es por darme importancia, pero fui yo quien le indicó el camino que debía seguir. Él estaba en la cuerda floja.
Mis palabras no cayeron en saco roto. Las semillas plantadas en nuestras conversaciones vespertinas, germinaron y dieron fruto.
Me extiendo demasiado y temo aburrirte. Sólo a los santos les es factible imprimir a sus vidas un giro radical, pasando del pecado a la virtud “ipso facto”.
La mayoría de los mortales necesita un largo aprendizaje. Domesticar a una fiera es una tarea que puede ocupar toda la vida. Incluso teniendo fijado el objetivo, el éxito no está nunca garantizado.
Un momento de debilidad, una grieta en nuestra perseverancia, el desánimo, el hastío, pueden dar al traste con nuestros logros.
Estoy dramatizando. La Cultura, con mayúscula, es una gran madre siempre dispuesta a cobijarnos y consolarnos.
Mi amigo Ángel Méndez, escritor como yo, es de mi misma opinión. Él cita el caso de Eisenstein, a quien la entera consagración al cultivo del séptimo arte salvó del naufragio.
Este hombre, que se codeó con la desdicha y conoció la soledad, encontró en el cine un camino que recorrer. Su vida, pese a estar marcada por el infortunio, fue fecunda. Y eso es lo que cuenta.
Los datos biográficos se diluyen finalmente en el contexto de las realizaciones.
Ya ves con qué facilidad me pongo a divagar. Pensaba escribirte tan sólo cuatro o cinco líneas. Me consta que te inspiro lástima. Y un poco de curiosidad tal vez.
No busco tu compasión ni tampoco tu comprensión. Una y otra me resultan humillantes. Tú sabes que te quiero. Es mucho pedir que me pagues con la misma moneda, lo sé. Contéstame al menos.
Si te fastidian estas disquisiciones, comunícamelo. El tema de la Cultura me fascina. En nuestro último encuentro salió a relucir. Como de costumbre, me limité a escucharte. Tus ideas son tan diferentes a las mías que he sentido la necesidad de exponerte mis propias reflexiones. Quedo a la espera de tus noticias. Siempre tuyo.

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