XXV
Sus ojillos de víbora, su lengua en consonancia,
su caminar penoso, sus rasgos afilados,
todo en él indicaba el más férreo rencor.
Sus flechas venenosas herían, escocían.
Él sabía tirarlas sin tregua ni descanso.
En verdad lo temía.
Temía su mirada
penetrante, ruin, experta en desnudar
y sacar a la luz los secretos del alma.
Temía sus palabras, cargadas de sarcasmo,
como balas directas a los puntos sensibles.
Se veía que el juego era muy de su agrado.
Él era el cazador y yo el conejillo,
sin defensa posible ante el retorcimiento
de un hombre resabiado.
Sus ojillos brillantes cual dos perversas ascuas
se volvían rientes cuando en mí se posaban.
Tengo que declarar que alegraba su vida
ratonil, arrastrada, mas eso digo ahora.
En cuanto a su risita que daba escalofríos,
señal era inequívoca de su vil regocijo.
Había reparado en mi humilde persona.
Sabrosos comentarios los que me dedicaba.
Juro solemnemente que de psicología
más que Freud sabía.
Adicto empedernido a la denigración,
no ayudaba a crecer, hacía lo contrario
por el puro placer de aplastar al más débil,
funesta tentación ante la que sucumben
los pobres infelices.

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Magistral, Antonio, más real imposible, ¡triste es el encadenamiento voluntario de las personas a este tipo de bestia y quedarán sumidas en la oscuridad para los restos!
Desgraciadamente, esos individuos ruines que se complacen en hacer el mal, existen. No seré yo quien los justifique, aunque en el verso final del poema eso pueda parecer, alegando su propia miseria, que es asunto suyo gestionar. En efecto, son portadores de oscuridad y dolor.
¡Lo extraordinario de la ficción de estas bestias que parecieran tan reales!
La ficción y la realidad se dan la mano. Entre ambas hay vasos comunicantes.
Una frase de Rojo y Negro » Stendhal»: » Estaban tan acostumbrados a ofender para quitarse de encima el aburrimiento que no podían pretender tener verdaderos amigos. Eso sí, excepto los días de lluvia y en los momentos de aburrimiento feroz, siempre hacían gala de una exquisita cortesía».
Stendhal es un maestro de la literatura. El Rojo y el Negro y La Cartuja de Parma son dos grandes novelas.
Probablemente tiene razón. La mayoría de las veces se ofende por aburrimiento, es decir, para divertirse un poco.
Aplauso de píe, maestro mío. Es lo único que debo agregar, pues cualquier otra palabra saldría sobrando y jamás haría honor a la calidad y porfunda intensidad, meditada visceralidad, de este poema.
Te agradezco tanto tus letras, frater querido.
Abrazobeso lleno de mi admiración por el autor y de cariño por el amigo.
Es un poema muy elaborado, que ha sufrido dos o tres transformaciones (incluso pensé en eliminarlo). El original era bastante más largo. Hizo falta recortarlo, comprimirlo, para que ganase en densidad o, como atinadamente señalas, en «meditada visceralidad».
Este personaje es una de las manifestaciones o encarnaciones del mal más señeras de este poemario.
Representa el deseo de dañar y humillar para encubrir la propia debilidad, por diversión (según la cita de Stendhal aportada por Teresa), por lo que sea.
Da igual la razón en definitiva porque cualquiera es inadmisible.
Un abrazo, querido Ernesto. Que tengas una excelente semana (la que te mereces).
Mucho de nuestro trabajo creativo con la pluma es eso, Antonio. transformar, recortar, dudar, eliminar y con dificultad llega uno a quedar del todo satisfecho. Lo lanzamos al mundo para que ruede y los demás decidan si ha valido el esfuerzo o no.
El bestia de esta pieza, en efecto, es uno de los más crueles y que, en el fondo, solo refleja una terrible debilidad y vacío de espíritu. Esto lo explica, pero no lo justifica.
Abrazobeso pleno de fraternal cariño, amigo querido.
El trabajo creativo combina la determinación de Sísifo empujando la roca a lo alto de la montaña, y la intrepidez de Prometeo robando el fuego a los dioses para dárselo a los hombres.
De satisfacción ni hablemos. La realidad está o suele estar por debajo de los sueños.
Pero hay ciertamente una íntima gratificación, la asunción de un compromiso vital, la respuesta a una llamada, el cumplimiento más o menos logrado de una aspiración sin el cual la vida del escritor se vendría abajo como un castillo de arena cuando sube la marea, o como un castillo de naipes ante el menor soplido.
Gracias por esta réplica en la que quedan de manifiesto una vez más tu perspicacia y tu sensibilidad al enjuiciar el trabajo literario. Un abrazo.
Otro grande abrazobeso, frater.