Feeds:
Entradas
Comentarios

Posts Tagged ‘almendra’

Arturo

Arturo había sido siempre demasiado corpulento para su edad. Su madre lo miraba apesadumbrada, pues, a pesar de su juventud, se movía con torpeza. En cuanto a sus tías, no sólo lo observaban con ojo crítico, sino que lo censuraban abiertamente. Esta desconsideración dolía a Arturo, que se comportaba como si no estuviesen hablando de él.
Una de ellas, apodada la Culebrona, le indicó un remedio que le serviría tanto para adelgazar como para fortalecer su carácter. Incluso las escamas se le pondrían más lustrosas, y la cresta escalonada que recorría su lomo desde la cabeza al extremo de la cola se endurecería y relampaguearía como los dientes de una sierra.
Rollizo y tímido pero no tonto, Arturo puso en tela de juicio el consejo de la Culebrona, que no era una tía carnal sino política, y que nunca le había mostrado afecto. Incluso lo asaltó la sospecha de que podía tratarse de una inocentada.
Por otro lado, lo que debía hacer era tan fácil que la idea de quedarse con los brazos cruzados le resultaba mortificante.
Por probar no perdía nada, siempre y cuando actuase con la mayor discreción.
Fue sencillo comprar la maceta, llenarla de una mezcla de tierra y mantillo, y ponerla a buen recaudo. No lo fue tanto conseguir una almendra amarga. Sobre este particular su tía había sido tajante: la dulce no servía.
−Pero la amarga es venenosa –había replicado Arturo.
−Mientras más lo sea, mejor.
Lo convenció el hecho de que la almendra no tenía que comérsela sino sembrarla. Se la proporcionó, tras prudentes pesquisas, un dragón viejo y cegato que, con voz cascada, le dijo:
−Discierne las causas y los efectos. No tengas prisa. Contempla cómo crece el árbol.
Arturo no entendió gran cosa. Estaba, además, impaciente por plantar la almendra.
Pasaron los días. Arturo visitaba su tiesto regularmente, regándolo y proporcionándole los cuidados necesarios.
Empezó a no sentirse tan postergado ni tan susceptible, aunque seguía igual de gordo. Sus alas de murciélago, en comparación con el volumen de su cuerpo, parecían dos ridículos accesorios. A veces, al andar, su vientre rozaba el suelo. Pero este contratiempo podía deberse a que era paticorto.
Empezó a serle indiferente que le preguntaran con retintín:
− ¿Adónde vas, Arturo?
Él hacía oídos sordos, hasta que una vez contestó:
−A regar mi maceta.
Uno de esos días, comprobó que la almendra había germinado. Un tallito verde traslúcido con una hoja medio enrollada desafiaba gallardamente los peligros.
Sentándose sobre sus cuartos traseros, Arturo lo contempló incrédulo.
Al rato, levantó la mirada y descubrió una cría de dragón jugando en el cielo. Descendía en espiral, subía en línea recta, pirueteaba a placer. Por último, exhausta y feliz, se quedó flotando como un globo aerostático.

Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

Read Full Post »