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Posts Tagged ‘Antonio Machado’

CSC_005197.-El hecho religioso es un fenómeno universal, presente en todas las culturas y en todas las épocas, desde la prehistoria a nuestros días. Esta constatación debería bastar para tomárselo en serio y comprender que su eliminación es imposible. Sin embargo, no es así. Cansinamente, una generación tras otra, sigue siendo objeto de mofa y escarnio por parte de sectores sociales pretendidamente avanzados, pero que no lo son tanto, como lo demuestra su cortedad de miras o su ceguera al respecto. Nadie que ve poco o no ve puede conducir a ningún lugar seguro.

Suele ocurrir que estos desprejuiciados representantes de la humanidad, de vuelta de todo, y con una respuesta a punto para cualquier cuestión, proyectan su propia ignorancia en la denostada población de creyentes, a la que mira por encima del hombro, recordando en esto a la Castilla dominadora de Antonio Machado.

Nuestras limitaciones intelectuales, u otras, en lugar de ser asumidas, son erigidas en deidades justicieras. Lo que no es más que una incapacidad es mostrado como la prueba irrefutable de nuestra superioridad.

Reírse o señalar desdeñosamente con el índice a un devoto que recorre de rodillas, con una vela encendida en cada mano, la explanada del santuario de Fátima, es otra prueba no de superioridad sino de memez. En cuanto al espectáculo, más lastimoso que divertido, cabe preguntarse si está en quien con fe se desuella las rodillas y se quema las manos con la cera derretida, o en quien esboza una mueca burlona y masculla algo sobre las supersticiones.

Uno de estos paladines del progreso, arropado en el beneplácito de su auditorio, a propósito de los que se arrastran como lombrices, discurseó que más les valdría andar erguidos y, en vez de en velas, gastarse el dinero en una cerveza y en un bocadillo de chorizo de Cantimpalos.

Ya puesto a pontificar añadió que lo que se debía hacer era convertir las iglesias, las mezquitas y las sinagogas en sendas discotecas con destellantes bolas de espejos. O en gimnasios con todas sus máquinas y equipos. Lo importante era muscular.

Hay que reconocer que ese hijo de la posmodernidad lo ponía fácil. Si la vida se reduce a una cerveza bien fría y a un bocadillo de chorizo, no forzosamente de jamón de Jabugo, lo cual complicaría el asunto, cualquiera puede permitirse la realización total en nuestra sociedad. Y sin embargo, no es esa la impresión que se tiene cuando uno mira a su alrededor.

¿Quién no aprecia esa bebida y ese alimento, u otros diferentes? El ser humano los necesita para subsistir. No disponer de ellos constituye un grave problema que afecta a mucha gente, para quien su solución es lo primero. Nadie niega esta realidad. Pero hay otras.

El hombre no es sólo un vientre, aunque esto sea verdad en numerosos casos. Cifrarlo todo en lo material, reducir o retrotraerlo todo a lo primario equivale a animalizar. Y al rebaño se le acaba estabulando tarde o temprano. Con que tenga cubiertas sus necesidades, incluidas las lúdicas, es suficiente.

Ese panorama desolador, ese callejón sin salida, esa casa sin ventanas, es justamente lo que cuestiona con su religiosidad “el pobre imbécil” que avanza metro a metro en dirección de la escalinata de acceso.

El chico progre, para redondear su perorata, en un gesto teatral, no se priva de sacar de su mochila y de exhibir ante la audiencia un ejemplar sobado de “Así habló Zaratustra”, su libro de cabecera. Lo enarbola orgulloso y proclama: “Más Nietzsche y menos supercherías”.

 

 

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