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Posts Tagged ‘Atenas’

Sócrates, a instancias de Polemarco, se queda en el Pireo en lugar de regresar a Atenas, como era su intención. Junto con Glaucón, se dirige a casa de Céfalo, al que encuentra muy avejentado.
El anciano está sentado en un asiento provisto de un cojín y lleva una corona en la cabeza, pues acaba de realizar un sacrificio. Se alegra de ver al filósofo y le reprocha que no venga a visitarlo más a menudo. Él no puede ir a Atenas porque le faltan las fuerzas.
Y de eso hablan: del deterioro que infligen los años, de los placeres marchitos, de la vejez en suma. Sólo queda el gozo de la conversación, afirma Céfalo.
Y diserta, a ruego de Sócrates, sobre la última etapa de la vida, en la que él se halla, y de la que él, al contrario que la mayoría, no se lamenta. A las turbulencias de la juventud, Céfalo opone la paz y la libertad de la vejez. Las pasiones –esos amos tiránicos- se han debilitado o han desaparecido. ¿No es eso una bendición?
El verdadero problema de la vejez, como el de cualquier otra etapa de la existencia, es el carácter de la persona. Si se es sabio, prudente, bienhumorado, todo es más fácil y se disfruta más se tenga la edad que se tenga.
Abordan a continuación la cuestión del dinero y concretamente de la fortuna de Céfalo, que es un hombre rico. Concede éste que poseer bienes materiales es sin duda una ventaja. Y explica por qué, retomando el tema de la senectud.
Cuando se siente cercana la muerte, la percepción del mundo cambia. Todo empieza a verse de diferente manera. Los relatos del Hades y de los castigos impuestos por los delitos cometidos, antes objeto de burla, ahora turban al alma. ¿Y si fuera cierto que vamos a tener que rendir cuentas de nuestros actos?
Así se introduce el tema central del libro: la justicia.
Quien no tiene nada que reprocharse duerme tranquilo, pero quien se ha envilecido vive en una terrorífica espera.
¿Por qué es ventajosa la posesión de riquezas? Porque nos permite no deber nada a nadie: ni dinero a los hombres ni sacrificios a los dioses.
El ideal de Céfalo es éste: no engañar, no mentir, no deber nada a nadie. De esta forma, uno puede irse sin temor al otro mundo.
Pregunta entonces Sócrates: “¿La justicia consiste, pues, en decir la verdad y pagar sus deudas?”.
Pero este asunto no es tan sencillo como le parece a Céfalo. La dialéctica socrática entra en acción y pone de manifiesto que esas dos cosas (decir la verdad y devolver a cada uno lo que de él se haya recibido) unas veces son justas y otras veces injustas.
Por boca de Céfalo ha hablado la experiencia del hombre común y sensato. Ahora bien, para Sócrates, eso no es definir la justicia. El debate está planteado y promete ser largo y enjundioso.
Pero hasta aquí ha llegado Céfalo. No necesita ir más allá. O a lo mejor no quiere dejarse enredar ni atrapar en ninguna casuística.
A pesar del aprecio en que tiene la compañía del filósofo, se levanta y se despide. La charla ha terminado para él. Céfalo tiene otro asunto más importante que atender: ocuparse del sacrificio a los dioses.

 

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