IX
Era bajo, ventrudo, igual que la tinaja
que tenía mi abuela en un rincón del patio.
Cuando contaba un chiste, se reía el primero
y salía corriendo, atragantado, hipando
por los golpes de risa.
Este lindo mostrenco creció, se acrisoló
para nuestra desdicha, engordó, descubrió
su auténtica afición, que eran el chismorreo
y la maledicencia.
El nene destacó, pues se dedicaba a ello
con verdadero empeño. Con dedo acusador
señalaba las faltas, los defectos, las pifias,
los pecados ajenos.
Cuando era necesario, llegaba a la mentira.
Una historia redonda exige desde luego
atar todos los cabos.
Era bajo, seboso, propalador de infundios.
Cuando estaba a cubierto, ponía de vuelta y media
a tirios y troyanos, trabucando palabras,
espurreando saliva, farfullando, ahogándose.

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