103.-Dialogar no es coger las réplicas, convertirlas en venablos y lanzarlas contra el otro. Para eso es mejor no hablar, para eso es preferible quedarse callado, más mudo que una estatua. De lo contrario, dado el alto riesgo de que se produzca una reacción, lo más probable es que el otro afile también sus palabras o las de su interlocutor y las devuelva con la intención de causar el mayor daño posible.
Es un juego mortífero. El triunfo del absurdo. La negación de la racionalidad humana. Ese alanceamiento mutuo es otra variante o versión del “Duelo a garrotazos” de Goya. Otra pintura negra para el museo de los horrores.
Si el diálogo no es posible, si uno de los «partenaires» no quiere o no es capaz de responder sencillamente, sin buscar las cosquillas, sin tratar de dejar en evidencia o de sobrepasar, que viene a ser lo mismo, entonces lo más prudente es no suministrar municiones. Porque en esa coyuntura cualquier cosa que se diga, se volverá en contra, dará pie a un nuevo ataque.
Llegado a cierto punto, hay que decir basta. Se acabaron los juegos. Ni a te pillé, ladrón. Ni a corre que te alcanzo. Ni al esconder. Ni al abejorro ni a la sardineta. Ni a estatuas mudas e inmóviles. Ni a los correazos. A ninguno. Porque ni se tiene edad ni ganas. Porque se supone que se es un adulto.
Y si esos son los juegos que uno de los dos vivió en su infancia, a los que lo sometieron, con los que se divertía o sufría, los que primaban, los que sigue reproduciendo por inercia, por nula autocrítica, sin ser ya juegos sino pulsiones que se desmandan, ¿qué tiene que ver con eso el otro, que también ha jugado en su niñez y tiene su propia traílla de demonios?
Si se trata de una compensación psicológica, mal negocio es. Si es un mecanismo automático, hora es, solo o con ayuda, de tratar de desmontarlo.
Tarde o temprano esa deplorable partida de cartas saltará por los aires y, como suele ocurrir entre tahúres, acabará a navajazos. O bien uno de los tercios, si conserva la calma y la cordura, no aceptará nuevos envites y se levantará de la mesa. En lo que a él respecta, no más julepes.

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