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Posts Tagged ‘Isidoro el practicante’

Cabriolas y retruécanos
Cuando Isidro, el médico, llegó al pueblo, Isidoro, el practicante, llevaba varios años viviendo allí. De hecho, era ya una institución.
Isidoro no andaba. Danzaba. Daba pasitos que concluía apoyándose en la punta del pie con tanto garbo que parecía un bailarín a punto de saltar trenzando las piernas. Cuando estaba contento, el impulso ascendente se acentuaba.
Los vecinos se paraban y se volvían para verlo alejarse creciendo y decreciendo al compás de la marcha.
A esto hay que añadir las reverencias que prodigaba a manera de saludo, rubricadas con una sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes renegridos.
Los jóvenes, más influenciables, empezaron a imitar sus andares y sus genuflexiones, que se pusieron de moda.
Por razones de su profesión, a una de las primeras personas que conoció Isidro fue a Isidoro, que lo ayudó a buscar alojamiento y lo introdujo en los círculos selectos del pueblo.
Cuando la mujer de Isidoro preguntó al flamante doctor si estaba casado, una respuesta de lo más chusca por parte de Isidro, soltero todavía pero con novia, la hizo reír hasta las lágrimas.
Tanto ella como su marido se percataron de que Isidro era “un cachondo mental”.
Desde luego, hablar con él era una aventura. Nunca se sabía por dónde iba a salir. Capaz de sacarle punta a la frase más anodina, era igualmente hábil tergiversando declaraciones ajenas.
La mayoría lo tenía por ingenio y una minoría crítica por vicio. En cualquier caso, parecía tratarse de una segunda naturaleza que escapaba al control del galeno.
Isidro mantenía que, a quienes chocaba esa saludable práctica de estar haciendo chistes todo el santo día, no tenían sentido del humor.
Lo cierto era que el ritmo impuesto por el médico poca gente lo podía resistir. Lo cual no fue óbice para que, como a su colega sanitario, le saliera una pléyade de admiradores que, con los ojos puestos en su modelo, cultivaban el arte de la ingeniosidad. Incluso en algunos ambientes se llegó al tácito acuerdo de no expresarse con naturalidad so pena de descalificación inmediata.
Isidro e Isidoro, que hicieron buenas migas, revolucionaron las costumbres del pueblo, imponiendo un estilo en consonancia con sus acusadas personalidades.
Este proceso se desarrolló ante la mirada atónita de los pocos vecinos que lograron no sucumbir a la gracia de unos andares ni al hechizo de una ocurrencia.

 

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