Flota en el aire un olor a violetas,
tan sutil como la melancolía
que rezuma gota a gota este día
declinante, de arreboladas vetas.
Mientras se alejan las preciadas metas
o van desmoronándose a porfía,
mientras disminuye la algarabía
y se debilitan las pataletas,
la fragancia se hace más perceptible.
Es el momento de cerrar los ojos
y comprobar que el milagro es posible:
ramos de lilas en lugar de abrojos
verás y oirás el inconfundible
descorrerse de enmohecidos cerrojos.

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