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Posts Tagged ‘los cambios’

29.- ¿Existe el progreso o es otro embeleco? El progreso es una lucha contra el tiempo en la que éste sale siempre ganando. Ahora bien, nos complace y nos tranquiliza comprobar que al menos conseguimos retardar sus efectos. E incluso esta demora o retroceso nos hace albergar esperanzas de eterna juventud, de inmortalidad. Pensamos que el tiempo puede ser derrotado.
Ésta es una ilusión como cualquier otra, con la que se puede vivir a condición de no olvidar que el olmo no produce peras. De lo contrario esa ilusión se convierte en un peligro mortal.
Nuestros lamentos, nuestro terror proceden de la comprobación de que la corriente temporal acaba arrollando todos los diques que se erigen para contenerla. Y también de la comprobación de que el tiempo es cambio perpetuo. ¿Cómo saciar el deseo de permanencia y de plenitud que alberga el corazón?
Ese deseo, esa aspiración de realización total, de perfección, que no se pueden alcanzar en las continuas mudanzas a que estamos expuestos, es lo más genuinamente humano.
Las utopías tienen su origen en esa aspiración. Las utopías son un rechazo del cambio. Son la instauración, en el ámbito social, de formas permanentes que nos faciliten esa ideal de realización suprema.
Platón le tenía pánico al cambio. Para neutralizarlo el filósofo ateniense escribió “La República” y “Las Leyes”, Tomás Moro “El libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía”, y San Agustín “La ciudad de Dios”, entre otros meritorios esfuerzos de ofrecer al individuo un cuadro en que desarrollarse armoniosamente.
No es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque nos lo parezca cuando echamos un vistazo a la actualidad, como tampoco lo serán esos espléndidos futuros prometidos por el progreso técnico, esos paraísos terrenales que agitan ante nuestras narices, esas nuevas ediciones de la fábula del burro y la zanahoria.
Cabe preguntarse si esos avances que supuestamente nos van a colmar de felicidad, no son en realidad más que una huida que nos va alejando de nuestro origen o de nuestro centro.
En el deseo de permanencia hay un rechazo del mal o de los males que aparecen en cuanto abrimos la caja de los cambios. Estos reajustes, remodelaciones, reorganizaciones, sangrientos e incontrolables en el caso de los procesos revolucionarios, no pueden llevarse a cabo sin incurrir en graves atropellos que son justificados invocando a Maquiavelo.
En realidad, esos crímenes y desafueros están bastardeando la bondad de los fines, los están descalificando. Ningún edificio firme se puede construir sobre esa base podrida, que tarde o temprano acaba pasando factura.
Dado que los cambios comportan injusticias y pérdidas, la permanencia se ofrece como la otra posibilidad de crear una sociedad sin tacha.
Platón, en concreto, no deja un cabo sin atar. Todo está reglamentado, pues cambio significa decadencia, retroceso, corrupción.
Los lamentos, los llantos vienen de la constatación del inexorable paso del tiempo y de las calamidades que este hecho conlleva. John Donne se quejaba y los profetas y Homero, como consigna Lino Althaner en este artículo.
En todas las épocas hay voces que se elevan para entonar ese canto elegiaco, para certificar que el tiempo no respeta nada. Ante esto surgen las reacciones utópicas y también otras propuestas como la que el autor de “Todo el oro del mundo” brinda: escuchar al Maestro que vive en cada uno de nosotros. Ésta es una solución o un recurso al alcance de cualquiera. Una decisión que no afecta a nadie más que a uno mismo. No hay que organizar grandes movimientos sociales. No hay que darle la matraca al vecino. Sólo hay que asumir lo que afirmara san Agustín: “In interiore homine habitat veritas”.
Así que no es necesario ir a ningún sitio sino permanecer y profundizar en uno mismo hasta encontrar esa gema resplandeciente. Es el mismo consejo dado por los alquimistas en esta fórmula: “Visita interiora terrae rectificando invenies occultum lapidem”.

 

 

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