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Posts Tagged ‘Los Vagabundos del Dharma’

La expresión Vagabundos del Dharma, como explica Ray Smith (Jack Kerouac) en la novela, fue creada por Japhy Ryder (Gary Snyder), a quien cabe también el honor de ser uno de los primeros exponentes de ese tipo de lunáticos. Gary Snyder acabaría convirtiéndose en “un erudito en cuestiones orientales”.
En el capítulo diecisiete del libro, Ray Smith inicia la narración del larguísimo viaje en autostop que va a realizar hasta Rocky Mont, en Carolina del Norte, a unos cinco mil kilómetros de distancia de Los Ángeles.
Apenas abandonada esta ciudad, envuelta en el “smog”, Ray deja la autopista y se adentra en un bosquecillo cercano, donde piensa pasar la noche, a pesar de que las acampadas están prohibidas.
“Había mucha maleza seca y caminé aplastándola sin molestarme en buscar el sendero. Me dirigí decidido hacia las doradas arenas del lecho seco del río que distinguía allí delante”.
Abriéndose paso entre los arbustos y metiéndose en zanjas llenas de agua, llega a “una especie de bosquecillo de bambú” donde no se atrevió a encender fuego hasta la noche, que es cuando las llamas, aunque tomase precauciones, son más visibles y, por tanto, el riesgo de ser descubierto mayor.
Allí vivió Ray un momento de felicidad.
“Extendí mi impermeable con el saco de dormir encima, y todo sobre un lecho de hojas secas y bambúes. Los álamos amarillos llenaban el aire de la tarde de humo dorado haciendo que me parpadearan los ojos”.
Ni siquiera el molesto ruido de los camiones que pasaban por la autopista malogró esa experiencia de beatitud. No obstante, tuvo que ponerse cabeza abajo para aliviar la congestión de los senos nasales y mitigar el dolor de cabeza.
Y se sintió triste, casi con ganas de llorar, como la noche anterior en Los Ángeles.
Luego fue a buscar agua en su tartera, pero había tanta maleza que, a la vuelta, la derramó casi toda. Con la que quedó se hizo una naranjada en su batidora de plástico. Y comió pan y queso. Y estaba encantado.
Una vez embutido en el saco de dormir, mientras echaba un cigarrillo, pensó:
“Todo es posible. Yo soy Dios, soy Buda, soy un Ray Smith imperfecto, todo al mismo tiempo, soy un espacio vacío, soy todas las cosas. Tengo todo el tiempo del mundo de vida a vida para hacer lo que hay que hacer, para hacer lo que está hecho, para hacer lo hecho sin tiempo, un tiempo que por dentro es infinitamente perfecto”.
Por desgracia, los camiones seguían incordiando, pero tal vez esa barahúnda contribuía a profundizar la vivencia de ese instante. Lo mismo se podía decir de los trozos de bambú que se le clavaban en el cuerpo, y que fueron la causa de que pasase toda la noche dando vueltas. Pero se consoló diciendo:
“Es mejor dormir en una cama incómoda libre que dormir sin libertad en una cama cómoda”.
En definitiva, todo está endiabladamente bien. O, en sus propias palabras:
“Había empezado una nueva vida con mi nuevo equipo: era un Don Quijote tierno y lo primero que hice fue meditar y rezar un poco: “Bendigo todas las cosas vivas. Os bendigo en el presente interminable, os bendigo en el futuro interminable. Amén”.
Luego empaquetó sus cosas y bebió agua del manantial, donde también se lavó la cara y los dientes. Ya estaba listo para proseguir su viaje hasta Rocky Mount, en Carolina del Norte, a unos cinco mil kilómetros de distancia.

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