XX
Pequeño, relamido,
un muñeco parece de frágil porcelana,
bueno para adornar,
para hacer más coqueto, un rincón de la casa.
Pero nada más lejos de la cruel realidad.
Porque este renacuajo de contrita actitud
y de andares frailunos es pequeño, de acuerdo,
pero también perverso.
Este ser diminuto
que cualquiera confunde, cuando va por la calle,
a la pared pegado, con una sabandija,
alberga en su interior un gran estercolero.

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