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Posts Tagged ‘sofisterías’

101.-“Él es así” dicen en plan justificatorio, convirtiendo esa afirmación en el salvoconducto que permite al encausado hacer su santa voluntad. Es lógico que en personas sensatas esa afirmación provoque estupor porque, se mire como se mire, no se sostiene.

Como él es así, hay que aceptar su desconsideración, su impuntualidad, su desorden. Y hay que soportar su malhumor, sus exigencias y sus bromas de mal gusto. Al parecer los demás sólo existen en función de su persona, sólo tienen realidad en la medida en que aceptan y soportan.

Como él es así, aunque sea un terrorista o un violador, no cabe otra posibilidad que hacer una gentil reverencia. Sólo los que “son así” tienen peso y volumen. Los que piensan que se puede ser de otro modo, por el contrario, son hojas volanderas.

Por supuesto, no estamos hablando de criminales, ni siquiera de delincuentes, sino de las personas que nos rodean (familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos…). Ni tampoco de personas con limitaciones físicas, psíquicas o intelectuales que las incapacitan para realizar determinadas tareas o ajustarse a ciertas pautas de comportamiento. Sino más bien de los frescales que en el “yo soy así” han encontrado la coartada perfecta para hacer de su capa un sayo.

Estamos hablando de personas en total posesión de sus facultades físicas y mentales, como suele decirse cuando alguien hace testamento. O sea, que saben bien lo que hacen o dejan de hacer. Son personas con conciencia y determinación en suficiente grado para tener en cuenta al prójimo.

Este argumento cazurro de la “eseidad” es un ataque directo a la convivencia y al sentido común. A quien se acoge a él bastaría con aplicárselo para que bajara del burro, pero quienes deberían realizar ese ingrato trabajo, son respetuosos y rehúsan prestarse a ese juego.

Desenmascarar a esos trápalas no es difícil. Lo realmente penoso es codearse con ellos. El tocanarices más grande de la historia convirtió la denuncia de esas sofisterías en la misión de su vida, y con esta acabó pagando su celo por buscar y establecer la objetividad.

Ningún mercachifle acepta de buena gana quedar al descubierto con la maestría que empleaba Sócrates, el cual ponía la guinda cuando declaraba que él era un mero servidor de la verdad. Y esto lo decía después de haber desarmado dialécticamente al contrario y haber puesto de manifiesto sus contradicciones e imposturas.

Sócrates no quería llevarse el gato al agua. Quería que la verdad emergiese, quería instaurar unas reglas que no excluían ni la razón ni el mito, y de esta forma hacer posible el desarrollo individual y el intercambio social. Sobre esa aspiración, los charlatanes de todos los tiempos, los que anteponen su manera de ser, aquellos a los que es necesario comprender porque son como son, bailan el fandango y tocan las castañuelas. Y hay quienes los ven tan salerosos que no dudan en acompañarlos con las palmas.

 

 

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