No podría decir con exactitud en qué parte de la casa se encontraban, pero doy fe de su existencia. Al principio, como estaba casi oscuro, parecía que no había nada. Luego, conforme la vista se acostumbraba, se empezaba a distinguir cosas.
Formas tubulares, como gusanos gigantescos. Formas cóncavas, como caparazones de tortuga. Y otras formas de aspecto fláccido más difíciles de definir. Todas entremezcladas. Jamás se me habría ocurrido pensar que eran criaturas vivas.
De algún modo lo eran. De vez en cuando un amago de movimiento se insinuaba en esos seres primordiales que no emitían ningún sonido. Pero, en general, permanecían en un estado de total abandono, como impulsos frustrados o ciegos.
Creí haberme librado de ese mundo caótico cuando dejé aquella casa. Me equivoqué. Esas formas viven ahora en mis sueños, en donde aparecen desparramadas a orillas de un mar de tinta negra, cuyas olas inertes rompen en ese totum revolutum recorrido por un espasmo ocasional.
In illo tempore (III)
febrero 8, 2011 por Antonio Pavón Leal
Deja un comentario