
El sol, que ya alcanzó su esplendoroso cenit,
empieza a declinar. Lentamente desciende,
como una hermosa lámpara, por el límpido cielo.
Su cenit ya alcanzó. Majestuoso desciende
buscando la lejana línea del horizonte,
donde se ocultará velando su fulgor.
Ésta es la eterna historia de las fugaces horas,
los soles que declinan, las sombras invasoras.
La historia de los días, la historia de la fe,
tras la muerte nocturna, en otro amanecer.
Los poemas que describen una realidad tan cotidiana como inevitable, me hacen pensar que lo que quedará de nosotros tal vez sean las cosas más simples y cotidianas, llevadas adelante día a día, sin mayor pretensión. Hay una gran belleza en las cosas simples 🙂
Saludos desde Puerto Varas, en un día frío y sin lluvia.
Es nuestra condición mortal. Tus palabras encierran una gran verdad.
El poema, breve y poéticamente, describe esa condición que compartimos todos los seres humanos. Pero también habla de la fe y del renacer.
Quizás esas cosas simples y cotidianas tienen más importancia de la que creemos.
Aquí tampoco llueve, pero, incluso con la ventana abierta, cosa que tú no harías en Puerto Varas, hace un calor un pelín insoportable. Y eso que el verano, oficialmente, no ha entrado todavía. Buen fin de semana.
El ciclo de los días y las noches… qué bello tu poema, estimado amigo!
El ritmo circadiano de la vida. Un abrazo.