Constructores de mundos, forjadores de sueños,
vosotros que ofrecéis vuestros diarios esfuerzos,
vuestra paciente espera, vuestra entrega perfecta
en su altar perfumado con flores de estos campos,
vosotros comprendéis el tormento que sufro,
porque la Diosa otorga sus dones a quien quiere,
susurrando al oído las sílabas sagradas,
aquellas que enloquecen a los hombres, o sanan
sus profundas heridas, cuando ya desahuciados
a morir se disponen.
Por mi parte no estoy seguro de haber sido
tocado por su mano. Secretos sus designios,
no faltan los intérpretes que ven lo que desean.
Podría declararme un elegido suyo,
mas nunca mi osadía pregonará tal cosa.
Sólo puedo alegar que una tarde de estío
escuché, o eso creo, la voz del ruiseñor,
luego una bocanada de imprevisto frescor
entró por la ventana. No más que un servidor
de la Diosa soy.

Saberse tocado por la Diosa es en verdad un privilegio y en algunos casos una osadía… Saberse una persona de suerte puede llevar al descuido, por otro lado. Tal vez, tener esa duda si la Diosa lo ha elegido a uno o no, sea una verdadera suerte, pues así uno se ve en la obligación de esforzarse, lo que en muchos casos, lleva al desarrollo de nuevas habilidades y capacidades.
Pero en medio de todo ese esfuerzo, una ayudita de la Diosa se agradece 🙂
Saludos!!
Muy de acuerdo con tu comentario.
No creo haber sido elegido por la Diosa. A los que ella no susurra las sílabas sagradas, nos queda el trabajo diario y saber que, de esa humilde manera, contribuimos a su esplendor.
Y eso bien pensado es una suerte, por las razones que tú expones y porque siempre existe el peligro de lo que los griegos llamaban la «hybris», el pecado de orgullo, «creérselo», como decimos por aquí.
El que avanza paso a paso sin desfallecer llega lejos y su propio esfuerzo le recuerda quién es: un caminante.
Cordialmente.