Con Borges nunca se está seguro de haber comprendido sus relatos. Siempre queda la duda de haber permanecido en la superficie, de ser un lector lo suficientemente inculto para no ir más allá de la mera anécdota.
Sus textos, de una extraordinaria riqueza y con innumerables ramificaciones, producen con frecuencia una sensación de estupor. Incluso de cierta saturación, a pesar de su relativa brevedad.
Erudito y lúcido, como se pone de manifiesto en sus “boutades”. Admirado por la intelectualidad francesa, lo cual da una idea de la dimensión genuinamente literaria de su obra, y quizá de su vida, Borges, como sólo ocurre con los grandes autores, proyecta su sombra bajo la que se cobijan y se cobijarán escritores, o aspirantes a serlo, actuales y futuros.
Este relato nos presenta a un hombre, Ireneo Funes, con una portentosa y abrumadora capacidad de recordar. ¿Cómo sería el mundo si tuviésemos ese don y no dudásemos de lo que ocurrió, de lo que se dijo y de todas las circunstancias concomitantes (tiempo atmosférico, situación exacta de cualquier objeto, ruidos exteriores, etc.)?
Los cronistas no serían necesarios. Los jueces, probablemente, tampoco.
“Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín (…). Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del vigesimocuarto capítulo del libro séptimo de la “Naturalis historia”. (…)
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad.
(…)
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción de Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”.
Jorge Luis Borges, Funes el memorioso
¡Que pluma amigo, que pluma!¡Qué envidia de pluma!
Creo que sería terrible vivir con ese “don”, terrible. La memoria tiene una cualidad que nos quita angustias, el olvido.
Yo creo que el olvido es otro don. ¿Te imaginas recordar con pelos y señales todo lo que nos hicieron o nos dejaron de hacer? El rencor y la mezquindad nunca tendrían fin. O quizá nos volviésemos locos bajo ese peso desmesurado. La otra opción que se me ocurre es que nos convirtiésemos en personas con una capacidad de perdonar a la altura de esa meticulosa memoria; es decir, en santos.
Afortunadamente existe el olvido. Uno puede tardar un día o dos o una semana en dejar que la corriente del Leteo arrastre la última jangada.
Ireneo Funes me parece un personaje muy literario. Quiero decir que da mucho juego novelístico. Borges era un maestro en la creación de estos tipos.
Gracias por tu generosa apreciación.
En una de las lecciones del taller literario, salió un trozo de este cuento, y creo que luego lo leí en una selección de cuentos de Borges. Para ser sincera, Borges me queda grande, no lo entiendo y siento que me falta trecho por andar para poder captar lo que quiere decir en sus historias…
Y en cuanto a la memoria, me resulta interesante que el memorioso sea un hombre, pues las mujeres tendemos a recordar muchas cosas asociadas a las emociones, entonces si fuera alguien con la capacidad de memoria de Ireneo más la sensibilidad caprichosa de una mujer… creo que eso sería otro cuento…
Lo que dices en tu comentario es, en parte, lo que señalo en la presentación del cuento de Borges.
El autor argentino no es un autor fácil. No tiene por qué serlo. El escritor (como cualquier artista o científico o profesional) debe dar o intentar dar el máximo de su capacidad creativa.
Es verdad que algunos lectores se pueden quedar descolgados. Necesitados de una explicación. Pero ésta es otra cuestión.
Deberías animarte y escribir la contrapartida femenina de Funes el memorioso. Sería otro cuento radicalmente distinto, estoy seguro.
Me has dado una gran idea 🙂 He escrito todo este tiempo acerca de lo cotidiano, bien puedo cambiar de temática 😉
Gracias, Antonio. Nada de vanidades, me tiro de cabeza allí donde se hable de Borges. Un abrazo.