1
En la borda del barco,
entornando los párpados,
escuchas los graznidos
de las aves marinas.
Ojeroso, cansado,
un poco arrepentido,
pones punto final
—al menos eso piensas
en ese mismo instante—
a tus vagabundeos.
Tu sueño tiene ahora
otro nombre distinto.
Un sueño que te arrastra,
que puede más que tú,
afirmas seriamente,
bribón de siete suelas.
Y ese sueño se llama
el retorno al hogar.
2
No tengas prisa, Ulises,
en llegar a tu casa.
Como siempre te ocurre,
pasados unos días,
unos meses quizás,
acabarás hartándote.
La esposa idealizada,
los gritos de los niños,
el huerto, los rebaños
y demás zarandajas
serán los arrecifes
en que te irás a pique.
3
Atiéndeme y escucha.
Más que un aventurero
eres un soñador.
No caigas en la trampa
que tú mismo te tiendes.
Estáte, pues, tranquilo,
disfrutando del viaje,
dejando que la brisa
revuelva tus cabellos.
No tengas por volver,
no tengas por llegar
prisa alguna, querido.
Lo tuyo es navegar.
Acepta tu destino.
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Una gran amistad entre Ulises y tú, Antonio. Simpático poema: ” afirmas seriamente, bribón de siete suelas.” ¡Sí que era un tanto pillo este Señor llamado Ulises metido siempre entre sueños!.
Pinto a Ulises más bien como un vividor (sin connotaciones negativas). Él va a lo suyo, disfruta de su viaje, pero a veces lo asalta la mala conciencia. Tiene ataques de arrepentimiento. A fin de cuentas, en Ítaca, ha dejado a su mujer y a sus hijos.
Dando una vuelta de tuerca, mi Ulises, más que un vividor, es un soñador, un idealizador de la chata realidad. Y esos pobres suelen caer en sus propias trampas. Acaban creyendo sus patrañas y sufriendo el posterior desencanto. Acaban siendo presas de la decepción e incluso de la depresión.
También, aparte de vividor y soñador, podemos calificarlo de pillo o de “bribón de siete suelas”, como hace el autor del poema que no se dejó engañar por ese navegante de piel atezada y pelo revuelto.