La exhibición tuvo lugar en la plaza del pueblo. La gente guardaba una prudente distancia. Yo estaba en una esquina y, como el resto de los vecinos, contemplaba con aprensión y curiosidad las manipulaciones del domador.
El gato fue elevándose por los aires hasta alcanzar una altura considerable. El domador, con los brazos extendidos, mantenía flotando al felino en el vacío.
El hombre se quedó inmóvil en esa postura, sin apartar la mirada del gato, al que no parecían gustarle esos manejos.
Mi impresión era que estaba siendo forzado a realizar esas acrobacias aéreas.
El domador puso en movimiento al animal, desplazándolo hacia la esquina en la que me encontraba.
El gato tenía los pelos erizados, tiesos los bigotes que eran de una longitud extraordinaria, los ojos contraídos en una ranura amarillenta y feroz…
A medida que se acercaba iba aumentando su tamaño. O mejor dicho, iba adquiriendo la apariencia de un tigre.
Este fenómeno produjo una gran agitación en el público, que no se tranquilizó hasta comprobar que sólo era un gato enorme.
La piel de su cara estaba atirantada como la tela de una cometa. Este estiramiento reforzaba el efecto de tigre enfurecido.
No me cupo duda de que, si por él fuera, saltaría sobre nosotros y nos sacaría los ojos.
El domador, trazando figuras en el aire, lo bajaba, lo subía, lo llevaba, lo traía. Finalmente, con cuidado, lo metió en una jaula.
Cuando el animal se vio libre de la influencia telepática, se abalanzó sobre los barrotes y los mordió.
Luego, bufando y mostrando sus agudos colmillos, sacó una pata y arañó el vacío repetidamente.
El hombre esbozó una sonrisita y adoptó la pose de brazos y manos extendidos.
Al gato se le puso una espantosa cara de tigre. Haciendo caso omiso de esa reacción, el domador lo volvió a sacar de la jaula para ofrecer una segunda demostración.
Mientras planeaba otra vez por encima de nosotros, me percaté de los ímprobos esfuerzos del gato para escapar al poder que lo sojuzgaba. Sus músculos estaban sometidos a una tensión extrema.
Venciendo la rigidez de sus miembros, logró girar la cabeza. Luego arqueó ligeramente el lomo y recuperó la movilidad de una de las patas…

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Esta historia es como de susto, de suspenso… me recuerdas un poco a Edgar Allan Poe que cuenta sus historias tan tranquilamente y al final la duda de lo que fue o será en el cuento, y eso genera miedo… un poco al menos.
Me gustó, me asustó pero me gustó igual – estoy como los adolescentes que miran películas de terror, jajajajjaja
Saludos desde Birmingham!!
Es una comparación muy halagadora. Poe es un maestro.
Qué pasada, me ha encantado esta historia, tiene muchas interpretaciones, el gato, el tigre, el domador, la jaula y el espectador…, todos y cada uno de ellos de-pendientes, controladores y controlados, vulnerables y seguros de sí mismos según cambie la situación…muy interesante, si…
Gracias, Cristina.
Tu comentario es una buena interpretación. Has descompuesto el cuento en sus elementos fundamentales y, aunque sea someramente, los has analizado y valorado. Eso dice mucho a favor de tu capacidad de percepción y de tu perspicacia. Supongo que tienes experiencia al respecto. Cordialmente.
Hola Antonio, la verdad que no tengo experiencia, pero conforme iba leyendo, el texto me trasmitía un montón de interpretaciones, me gustó por su riqueza y también por su intriga! Un abrazo