III
Expulsando una bocanada de humo, Paquito dijo que había un medio infalible de averiguarlo. Si estaba interesado en este asunto, él le daría la clave.
Julián, un tanto escamado, hizo un vago gesto afirmativo.
“¿Tú con qué sueñas?”
Naturalmente Paquito no se refería a sus ambiciones sociales ni a sus pretensiones artísticas.
“El quid de lo que somos se encuentra en nuestras fantasías más íntimas. Ese espejo nos revela tal como somos en profundidad. Cuando nos miramos en él, la imagen reflejada es siempre verdadera”.
El perspicaz Paquito apagó el cigarrillo, encendió otro y prosiguió diciendo: “¿Qué bulle en tu cabeza cuando te desvelas y te pones a dar vueltas en la cama? ¿Qué fantasmas te rondan o te asedian? ¿Cuáles son tus sueños inconfesables?”.
Señalándolo con la mano que sostenía el cigarrillo, Paquito concluyó: “Con nuestras fantasías no jugamos. Tu audacia para realizarlas te permitirá ser no sólo un maestro de la pintura sino, lo que es más importante, un maestro de la vida”.
El silencio reinaba en el salón escarlata. No sólo el niño terrible del arte contemporáneo estaba deseoso de saber quiénes eran y qué exigían los asaltantes nocturnos de Julián. También los demás estaban expectantes.
El joven no veía en la cara de esas mujeres y hombres estragados la dicha subsecuente a la ejecución de sus propios delirios. A lo mejor no habían dado en la tecla todavía.
Las nubes se habían espesado y la grisácea luz exterior se había oscurecido. El salón escarlata adquirió un tinte lóbrego.
Julián respiró aliviado cuando llegó la hora de la despedida. Fue el primero en irse. No recordaba si había tomado el café que le había servido doña Gertrudis, la cual lo acompañó de nuevo por el largo pasillo.
El joven alcanzó a oír a Amelia San Miguel que decía: “Lo has asustado. Has sido malo” y risas entremezcladas con un golpe de tos.
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Alguna vez me ha pasado contestar sinceramente una pregunta que no tenía como propósito una respuesta verdadera. O, a lo mejor, el interrogador quería lo mismo que Paquito, ponerme nervioso para ver si soltaba algo…
Una historia corta e interesante este salón escarlata.
Hay que saber cuándo se está jugando para seguir el juego o no. Lo más inteligente en una situación como la de Julián Morales es seguirlo, tratar de estar a la altura, no pecar de pardillo, como temía. De todas formas, en su caso, el riesgo de que hicieran con él encaje de bolillos era alto. Estaba en una reunión con gente muy resabida y resabiada.
Si no se es consciente de la situación, acaban jugando con uno.
Gracias por tus comentarios.