Se oyeron pasos apresurados por la acera. Luego el ruido de la puerta. A los pocos segundos mi padre entró en la habitación. Dio la mano al compañero de Jorge y a éste unas palmadas en el hombro.
Se disculpó por la tardanza, pero había surgido un problema. Desde el viernes estaba esperando un camión de pienso compuesto. Dada la informalidad de la casa proveedora, había decidido cambiar. No era la primera vez que pasaba esto. Aunque le habían asegurado que el lunes a primera hora tendría el pedido en la granja, él no se fiaba ya de estas promesas y había salido a hablar con otros criadores de aves para que le prestasen algunos sacos de pienso.
Tras esta explicación, me miró de soslayo y recabó la opinión de los expertos. El amigo de Jorge se cruzó de brazos y adoptó un aire de experto, exponiendo su punto de vista en forma de lección magistral. No tuvo empacho en recurrir otra vez a la jerga científica.
No me atrevía a mirar la cara de mi padre, pero tenía que hacer un esfuerzo para contenerme cuando el otro sacaba a colación “la psicodinamia de los conflictos del subconsciente”.
En cierto momento se disculpó por emplear unos términos tan rebuscados, pero no hizo nada por remediarlo.
Estaba claro que se había trazado un objetivo. Después de enumerar las teorías propuestas para comprender los mecanismos de esta enfermedad, recalcó que tanto el diagnóstico como el tratamiento estaban condicionados por esos presupuestos.
La terapia que el psicólogo utilizaba conmigo consistía en un método analítico de relajamiento y asociaciones libres encaminado a debilitar mis inhibiciones.
Me entraron ganas de protestar cuando afirmó tal cosa que no era cierta. Pero me callé para no interrumpir un discurso tan brillante.
Prosiguió diciendo que, si no se advertía una evolución favorable en el paciente, había que tomar cartas en el asunto. Lo aconsejable era cambiar de especialista.
“O sea, que vaya a ver a otro psicólogo” concluyó mi padre. “No forzosamente. Puede ir a ver a un psiquiatra”.
Como si esa palabra diese calambre, mi padre exclamó: “¡¿Un psiquiatra?!”.
“Sí. Los tratamientos farmacológicos son efectivos…” Y argumentando en un tono tranquilo eliminó o redujo la resistencia paterna. Acabó diciendo: “Conozco a uno…”.
Mi suerte estaba echada. La perspectiva de no volver a ver al psicólogo no me disgustó en absoluto.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Very interesting blog .l liked your posts.Thank you for liking my post ( My Faith in Victory ).Best wishes.jalal
Thank you, Jalal. It is a pleasure to visit your blog.
Have a good week.
Excelente
Gracias, Rubén.
Saludos cordiales.