En mi interior me aferraba a la posibilidad de un encuentro entre la mujer en edad crítica y el pulquérrimo ejecutivo.
Cuando me encaminaba a la consulta, esa perspectiva constituía un acicate.
Sabía que ese deseo era de difícil realización. Las circunstancias jugaban en contra.
Sin embargo, no había perdido las esperanzas, aunque tampoco me hiciese demasiadas ilusiones.
Para compensar mi frustración me quedaba una alternativa: fabular a partir de los datos disponibles.
Podía imaginar cuantos encuentros me apetecieran.
En la sala de espera se desarrollaron, pues, no uno sino numerosos cuadros protagonizados por esos personajes, en los que exploré una amplia gama de reacciones.
-la mujer está más triste que nunca. El ejecutivo se pasea sin dignarse mirarla. Se comporta como si estuviese solo. La mujer acentúa sus gestos de aflicción. La indiferencia del hombre se hace más ostensible.
-el ejecutivo está más agitado que nunca. Bajo sus párpados se advierte un cerco violáceo. Lleva varias noches sin dormir. Muy tiesa en un ángulo del sofá, la mujer observa a hurtadillas al figurón con ojeras. Cuando éste se percata de ese fisgoneo, deja de andar y mira de hito en hito a la mujer, que se endereza más si cabe en el asiento, en actitud de máxima dignidad.
-la mujer tiene el moño ladeado, con los pelos mal recogidos. Lleva una blusa roja con cuello de volantes. Fuma con afectación, sin apartar la vista del repeinado ejecutivo. Le pregunta si no se cansa de dar vueltas. El hombre murmura algo que la mujer no logra comprender, pero el tono desdeñoso es inequívoco. Ella no se desanima y vuelve a la carga. Quiere saber por qué esta siempre de mal humor. Él se detiene. Toda su persona rezuma agresividad. No tolera las injerencias en su vida, y menos de una lunática. Entre él y ella no hay nada en común.
-el hombre rompe el hielo. Extendiendo el paquete de cigarrillos, le ofrece uno a la mujer e inicia la conversación: “No debería fumar, pero en mi trabajo”… Ella, sorprendida por ese gesto amable, acepta y da las gracias. Él siente curiosidad por conocer a esa mujer de aspecto descuidado y blusas llamativas. Ella hace sonar sus pulseras, feliz del interés que suscita.
-la mujer sale llorando del despacho del psicólogo. Éste ha debido soltarle una lindeza. Se enjuga las lágrimas con su pañuelito perfumado. El ejecutivo se para y contempla la escena, de la que sólo ve el lado cómico: una mujer con el moño deshecho, el bolso abierto, unos pantalones ceñidos y una exigua chaquetilla, que sale escaldada de una sesión terapéutica. Pero ella se sobrepone. Corta los sollozos, se coloca las gafas de cristales oscuros, yergue la cabeza y hace una salida solemne.
-etc., etc.,
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