VI
Todo había sido un espejismo, una broma macabra de su imaginación. Se había dejado asustar por ridículas visiones propiciadas por la fatiga mental o por una alteración orgánica.
Recordó que en el pueblo, donde él no había puesto los pies, había andancia. Álvarez le había comentado que el virus afectaba a las vías respiratorias o al aparato digestivo, provocando en ambos casos fiebres altas.
Y después estaba el desencadenante de ese lamentable episodio, ese dichoso cuadro que no tenía que haber traído, que tenía que haberse quedado en Sevilla, que tenía que haber vendido o regalado.
Vida nueva, decorado nuevo. Había sido una equivocación no deshacerse de ese elemento de su pasado que, en una reacción natural, hizo arrugar la nariz al ex propietario de la huerta.
Fue a beber agua a la cocina. Se le habían quitado las ganas de descorchar la botella de rioja. Pensó en preparase algo de comer. Algo ligero. No tenía hambre.
Abrió el frigorífico. Estaba dudando entre coger dos huevos para hacer una tortilla o el tetrabrik de caldo, cuando oyó arañazos en la puerta que daba a la parte trasera.
La madera crujía como si alguien la estuviese presionado, como si alguien quisiera entrar.
Se acercó a la ventana que había encima del fregadero. Se oyeron golpes en la puerta principal.
Apartó la cortina a cuadros azules y miró a través del cristal surcado de innumerables regueros de agua.
No vio nada. Acercó más la cara y, del otro lado, una enorme cabeza de perro hizo otro tanto, quedando ambas frente a frente. El animal aulló y, alzando una mano humana, señaló la puerta.
El gesto negativo de Javier, igual que su súbito retroceso, fue automático. El cinocéfalo enseñó los dientes en un largo gruñido. Luego empezó a ladrar cada vez más fuerte, como si le estuviese soltando una reprimenda al hombre.
Javier echó la cortina y regresó a la habitación de la chimenea, que tenía dos ventanas, una al emparrado y otra al camino.
Seguían aporreando la puerta. Agarrados a los barrotes de la reja vio a unos seres espantosos que le hacían señas.
En la ventana de la izquierda había hombres con un solo ojo en la frente. En la otra, criaturas sin cabeza se peleaban con otras que tenían varios brazos para hacerse sitio.
Esas abominaciones cercaban la casa. Esos monstruos querían entrar. Sus golpes y gritos se superpusieron al ruido de la lluvia.
Javier no cedió. Al cabo de un buen rato se oyó de nuevo el sonsonete del agua.
Encendió la luz exterior y miró a través de la ventana. Junto a la puerta sólo quedaba un grupo de hombres con ojos en los hombros y la nariz y la boca en el pecho.
Tenían metidos los pies en un lodazal en el que poco a poco fueron disolviéndose.
Javier se dejó caer en el sillón, frente a la chimenea apagada. Ésta era su primera noche oficial en la casa de la huerta. Su primera noche de vida retirada y centrada en el trabajo, los libros y los paseos por el monte. De vida en la que las relaciones con los demás se reducirían al mínimo indispensable.
Prudentemente había acordado con Álvarez que siguiese explotando la huerta, a cambio de tenerla cuidada y de suministrar a Javier las frutas y verduras que le fueran necesarias. Su concepto de vida de ermitaño no incluía coger el azadón y el rastrillo.
Su primera noche había sido una caída en picado que socavaba los cimientos de sus facultades mentales. Esos sueños aterradores, esas alucinaciones, lo llevaron a preguntarse si podría resistir.
Pasó el resto de la noche en vela, sentado en el sillón, con el temor de sufrir un nuevo ataque.
Cuando las grises luces de un cielo encapotado anunciaron un nuevo día, Javier se levantó y abrió la puerta. El suelo de ladrillos estaba limpio, baldeado a conciencia por la intensa lluvia.
La noche se diluía en un amanecer brumoso, perfilándose un mundo de colores apagados, un mundo confuso, carente de nitidez y límites.
Fue al cuarto de baño. Antes de enjuagarse la cara, se miró en el espejo que le reflejó sus ojos enrojecidos, su palidez, su cansancio.

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Todo este serial de La noche ha sido muy rico, amigo. Una lectura deliciosa y siempre con ese sello tan tuyo. Te mando, Antonio, un gran y afectuoso abrazo.
Gracias, Ernesto. Aprecio mucho tus palabras. Tal vez las vivencias nocturnas de Javier sean el principio de una gran carrera literaria 🙂 , aunque con que sea auténtica es más que suficiente.
Jajaja. Genial, Antonio. Abrazote.
Antonio, este capítulo me ha parecido el más bello de todos. No sé, es muy rico en todo, y se leía con fluidez. Sentí que viajé un rato. Un abrazo.
Era un relato bastante largo y era difícil secuenciarlo para su publicación. Ocurre que, para respetar la unidad de los episodios, algunas partes salen más cortas que otras, y esto desequilibra el conjunto. Que esta última entrega te haya parecido fluida y rica, lo considero un logro, un motivo de alegría. El objetivo del escritor es que el lector nos acompañe en el viaje (que no se baje del autobús antes de tiempo). Muchas gracias, Rosa, y un abrazo.