Pequeñas muertes cotidianas,
pequeñas muertes silenciosas
que te acechan calladas y tenaces
y te asaltan al torcer una esquina.
Son amantes de un día,
o más bien de un minuto,
que te salen al paso,
y con sus yertos labios
te besan fugazmente,
y con sus manos lívidas
acarician las tuyas.
Y clavan en tus ojos
su vidriosa mirada
de idéntica fijeza
a la de las serpientes.
Diminutas y fogosas amantes
capaces de las mayores entregas
en brevísimos espacios de tiempo.
Amantes pizpiretas que se enganchan
a tu brazo y tiran de ti
hacia su seno
con olor a flores marchitas
y frescura de sepulcrales lápidas,
que te cogen del brazo
como la novia de tus dieciocho años
y pegadas a tu flanco susurran,
entre estertores y resuellos,
promesas de fidelidad eterna
en el profundo reino del Averno.
Con cuánta pesadumbre
desanudan su brazo,
desvían su mirada,
disponen la partida.
Antes de abandonarte
te rozan una última vez,
oh gesto tierno y ponzoñoso,
con la punta de sus huesudos dedos.
Y se emboscan de nuevo
y salen a tu encuentro
cuando menos lo esperas,
para rendirte
con sonrisa falaz
y algunas carantoñas
un dudoso homenaje.
Pequeñas muertes cotidianas,
pequeñas muertes silenciosas
que lanzan una vaharada de frío
en la entraña ardorosa del estío.

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Bravo y ¡Bravo!
«Amantes pizpiretas»
«Carantoñas»
Qué vocabulario más rico y delicioso, nuevo para mi.
Esta composición de tono existencialista pertenece a una serie de la que publicaré algún poema más. Éste se centra en esas llamadas de atención que jalonan un día cualquiera recordándonos nuestra condición mortal. Las he personificado en esas figuras macabras que salen a tu encuentro y se cuelgan de tu brazo, acompañándote durante unos minutos en tu camino. No se trata de grandes hechos ni de experiencias extraordinarias sino de las nimiedades, dicho sea sin menosprecio, que clavetean el día a día de los seres humanos. Son esas pequeñas puntadas, esos hilos de un color más sombrío que entretejen también la trama de la vida.
Me alegro de enriquecer tu vocabulario 🙂
Me ha encantado y no solo por el vocabulario (por si no me hubiera expresado bien). Me dice mucho, tambien tu comentario, porque todos los días pienso en nuestra condición mortal y tambien moribunda, que me hace apreciar más que vivo y lo que vivo.
«Pequeñas muertes cotidianas», llenas de pasión.
C’est super! Me ha gustado mucho. Un abrazo.
Cela me rend heureux. Bonne soirée.
Poesía sensible sobre un tema muy real. Muy buena. Saludos.
Gracias por tu generosa apreciación. En efecto, se trata de un tema que nos concierne a todos, de una realidad que, aunque sea escondiendo la cabeza bajo el ala, tenemos que encarar. Cordialmente.
Cada día que vivimos es un ir muriendo poco a poco. Inevitable sendero cierto, el resto de la vida, total incertidumbre. Gran poema, Antonio. Enorme abrazo, amigo.
Este poema no habla de los grandes hechos luctuosos sino de esos pequeños asaltos que nos hacen tomar conciencia de la dimensión absurda de la vida y de la precariedad humana, y que nos dejan un instante perplejos y alicaídos. Pero también más predispuestos a seguir viviendo (no quiero escribir «disfrutando» que me parece una palabra devaluada) en profundidad. Te remito a la última réplica de Rosa.
A veces esos encuentros espectrales son momentos agónicos, de una gran intensidad física y emocional, que uno quisiera apartar de su camino. Pero vivir es apurar ese caliz que nos humaniza. Volveré sobre este tema en el poema que publicaré la semana que viene. Un fraternal abrazo.
En efecto, Antonio, son esos instantes en que a veces nos mueven a detenernos para determinar finalmente lo que es esencial de lo que no, es un percatarse de que hay tanto de lo que uno llega a afanarse y que, sin embargo, no lo vale. Es el morir un poco a poco a tantas creencias, valoraciones, actitudes, para irse liberando y acercarse a lo que realmente vale. Es un vivir a fondo, es entregarse a la incertidumbre, en vez de luchar contra la corriente, que es lo que desgasta, frustra y atormenta. Es dejarse fluir y escuchar más, quizá a la voz interior, la que es sensible e inteligente. Abrazo grande , amigo.
Antonio. Este poema me lleva a años locos, perseguíamos la muerte en las calles de Cali, nos esperaba en cada esquina con un cacho de marihuana y canciones de rock. Es precioso y redondo como el universo, me lleva por entre un túnel de tiempo hacia un espacio de silencio y vacíos.
En Cali o en otras muchas ciudades, numerosos son los que, de una u otra forma, hemos jugado ese peligroso juego. Me alegro de que el poema te haya transportado a ese espacio y te haya hecho evocar esas experiencias que ahora, vistas en perspectiva, adquieren otro significado y seguramente se tiñen de otro color.
Este tema de las vivencias juveniles lo he abordado en un soneto que, leyendo tu comentario, se me ha venido a la memoria. Te dejo el enlace por si te apetece echarle un vistazo: https://elbosquesilencioso.com/2011/11/25/anonimas-provincianas-ciudades/
Saludos cordiales.
Hondo sentir sin disfraz alguno ni pose, magnífico poema que hasta me ha dejado sin palabras. Excelente y tan perfectamente descrito: » Pequeñas muertes cotidianas,
pequeñas muertes silenciosas
que lanzan una vaharada de frío
en la entraña ardorosa del estío.», así es no nos engañemos.
La muerte es nuestra fiel compañera. Está siempre ahí aunque no la veamos. A veces tenemos noticias indirectas de ella. Pero más frecuentemente la percibimos a nuestro alrededor en infinidad de acontecimientos menores como la caída de una hoja, un golpe de ansiedad, el paso del día a la noche, o una ligera indisposición, que nos recuerdan nuestra condición perecedera.
Son las pequeñas muertes cotidianas que nos salen al encuentro de pronto y durante unos segundos o minutos se cuelgan de nuestro brazo, como la novia que tuvimos a los dieciocho años.