V
Aunque casi todas coincidiesen en su bonachonería y su cordialidad, las opiniones sobre él eran divergentes, incluso contradictorias.
Cuando, por ejemplo, tronchándose de risa, fulano contaba el episodio ocurrido en la pronunciada ladera erizada de matorrales y peñascos que desciende del ruinoso castillo, la imagen resultante no era nada lisonjera.
La pandilla a la que pertenecía el zangolotino, enfrentada a muerte con otra rival, lo utilizaba, entre otros ingratos ejercicios, como emisario de las declaraciones de guerra. De hecho, dado el grave peligro que implicaba, hubo que cambiar esa norma.
Al principio, las pandillas acordaron que un representante en persona iría al cuartel enemigo y comunicaría verbalmente tan delicado mensaje. Pero solía ocurrir que, en cuanto el mensajero volvía la espalda, pese a considerarse un acto cobarde y deshonroso y estar formalmente prohibido, alguna que otra pedrada caía sobre él.
En cualquier caso, nadie lo libraba de los numerosos insultos y selectas procacidades, acompañados del vehemente encargo de que no olvidara transmitirlos puntualmente a sus camaradas, con los que despedían al infeliz enviado.
Por razones obvias hubo que renunciar a este método, optándose, desde un lugar alejado pero visible de la otra banda, por entonar cantos indios, contorsionar el cuerpo en danzas rituales, enarbolar las armas y, por si todavía hubiese dudas, gritar a pleno pulmón: “¡Queremos guerra! ¡Queremos guerra!”.

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Ávido leyendo cada entrega de este Niño zangolotino, ansiando las siguientes. Retrato de la simple vida de muchos seres que así deambulan por la vida. Leer tu exquisito estilo, su elegancia y su intensa profundidad que siempre, siempre agarra es gratificante para la mente y el corazón, Antonio.
Gracias, amigo, por tu arte y tu duende.
Abrazo apretado.
Gracias a ti, Ernesto, por tus siempre generosos comentarios. Un abrazo.
Gracias, Antonio: este Niño Zangolotino se sale del cuadro; inmenso retrato, conmovedor, tan vivo…
Un abrazo grande!
Gracias a ti, Bárbara, por tus comentarios y por el aprecio que haces a este relato o, como tú bien dices, retrato de un personaje que estaba ahí, en el fondo de mi experiencia vital y literaria, para ser rescatado. Un abrazo.