34.-Loli recuerda la vez que le pasó en el autobús que cogía a diario para ir al trabajo. En cada parada entraba un nuevo contingente de pasajeros que repercutía en su interior aumentando su nivel de angustia. Sabía que la culpa no la tenía la gente pero, conforme el vehículo se llenaba, ella iba perdiendo el control sobre sí misma, la ansiedad se disparaba, el malestar, como si estuviera echándole un pulso, le ganaba la partida.
Llegó un momento en que, faltándole el aire, sintiéndose morir, dominada e impulsada por esa penosa experiencia, Loli se puso en pie y le pidió al conductor que parase inmediatamente. Su grito se expandió, o así le pareció, en ondas concéntricas de contorno desigual de las que ella era el centro, de las que ella era el origen, como en el cuadro de Edvard Munch.
Esa explosión aterradora e irracional conmovió al autobús. Los presentes pensarían que esa mujer de mediana edad y aspecto corriente, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, vestida con discreción, se había vuelto loca. Nada más lejos de la realidad. Loli era una persona sensata, centrada, afectuosa.
El conductor frenó. Loli, desencajada, sin tenerlas todas consigo, se apresuró a bajar y, con dificultad, aspiró el aire del exterior. Al principio a pequeños sorbos, luego a tragos más largos. Se sentó en el bordillo de una acera, agachó la cabeza, colocándola entre las piernas, y esperó a que pasase el arrechucho. A medida que se recuperaba, se intensificaban sus ganas de llorar. Derramó algunas lágrimas que le hicieron bien.
Siempre que le ocurría esto, siempre que se veía arrojada a ese estado de abandono, afloraba también la pena. Se preguntaba por qué le pasaba esto a ella que iba al trabajo, que no viajaba por placer sino por obligación. Bien sabía que esa cuestión era ociosa. Le había tocado la china y, para animarse, como en otras ocasiones, hizo un repaso mental de personas que sufrían males iguales o peores que el suyo, niños con enfermedades incurables, accidentados con terribles secuelas, amigos o conocidos que cargaban también con su cruz.
Se puso en pie y abrió su bolso, del que sacó un pastillero. Se colocó medio comprimido debajo de la lengua, pues ya había pasado lo más duro y, respirando hondo, siguió su camino. Se sentía como si le hubiesen dado una paliza. Y eso era lo que había ocurrido.
Los usuarios del autobús pensarían ante su reacción que no estaba en sus cabales, los transeúntes con los que ahora se cruzaba, a la vista de su paso tardo e inseguro, que estaba borracha. Éste era otro efecto colateral. Loli estaba maltrecha, tocada para el resto del día, deseosa de acabar y volver a su casa para tenderse y a lo mejor llorar un poco más.

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No tengo funcionando bien mi computadora, espero recuperar la normalidad para poder pasar con calma por tu sitio.
Saludos cordiales y hasta una próxima vez.
Y yo espero que ese problema se solucione pronto y tu computadora (acá decimos «ordenador», palabra tomada del francés «ordinateur») recupere la normalidad. Cordialmente.
Lo que me preocupa es que nadie acompañó a Loli, ni siquiera le preguntaron lo que le estaba pasando… Tal vez ni se dieron cuenta…
Esta nueva serie promete. 🙂
Feliz noche, Antonio.
Presentaré otros casos y exactamente esa cuestión que señalas (la incomprensión, la indiferencia, incluso el rechazo) la abordaré en la tercera entrega. Es un tema complejo que hace aflorar nuestros miedos e inseguridades, de ahí esas reacciones que no se darían o se darían en menor grado, por ejemplo, si se tratara de una indisposición o de un accidente. Pero todo lo relacionado con los trastornos psicosomáticos tiene un carácter más ambiguo e inquietante, quizá porque nuestra fragilidad queda más de manifiesto. Un abrazo.
Estoy muy de acuerdo contigo. Me parece muy interesante tu iniciativa. Un abrazo.
Un enorme abrazo, Antonio, y a seguir deleitándome con tus líneas. Loli refleja la vida estresada en las ciudades de estas épocas, donde no se es nadie y donde a nadie le importa un comino nada. Buena semana, amigo.
Certera valoración, inapelable veredicto, querido Ernesto. La vida urbana y posmoderna se caracteriza por el estrés, por un estar fuera de uno mismo, en el aspecto individual. Por un ir cada uno a lo suyo, en el aspecto social.
Se sufre un proceso de anonadamiento, de desintegración, de ninguneo. No se es nadie, no se es nada. Y la gente sigue pasando a tu lado, y tú al lado de la gente, como autómatas, cada uno en su burbuja.
Loli está afectada del mal de nuestro tiempo de forma más acusada, pero ese mal está ciertamente muy extendido. Casi todos, sobre todo los que vivimos en ciudades, hemos sido atacado por él. ¿Cómo remediar esto? Un abrazo.
Que la mente y el espíritu sean nuestro refugio para renovarnos y seguir sobrellevando la nada levedad del ser. Abrazo, Antonio.
Seguiré leyendo. Un tema acuciante, la indiferencia o el juicio negativo gracias a la indiferencia.
Hay de todo: indiferencia, prejuicio, miedo…y sobre todo, más que ignorancia, hay incomprensión. Todos, o casi, han tenido un dolor de muelas y se hacen cargo de eso, pero lo que le pasa a Loli, una mujer de aspecto saludable, no encuentra tan fácilmente esa misma aceptación. Cordialmente.