35.-Sabía a lo que se exponía pero no podía negarse. Era un compromiso del que no podía escapar salvo causas mayores, y no había ninguna. Como él decía: “Había que comérselo”. Con suerte no ocurría nada. A veces no ocurría nada. Es verdad que él no se hallaba predispuesto a un desenlace feliz. No porque lo quisiese desgraciado sino porque dentro de él bullía esa desazón que siempre se cobraba un precio.
Se vistió como un torero que tiene el presentimiento de la cogida y el revolcón en la arena. Pero no podía decir que no. Nadie entendería que se echase atrás cuando él era uno de los responsables de la organización, uno de los promotores de ese acto público al que concurriría un buen número de personas.
Para convencerse, tanto en el sentido de ir como de no ir, se repitió que él no era uno de los oradores. Su presencia no era necesaria, nadie lo iba a echar en falta.
Mientras se ponía la corbata, maldijo la decisión que tomaron a la hora de elegir el local. Como la mayoría estaba de acuerdo, él no se opuso, incluso tuvo la flamenquería de afirmar que le parecía un sitio estupendo.
El salón donde iba a tener lugar el evento estaba en las afueras de la ciudad, a varios kilómetros. Puesto que al final confraternizarían tomando una copa, acordaron que alquilarían autobuses para llevar a los asistentes. Amador hubiese preferido llevar su propio coche pero, dado que había unanimidad al respecto, no quiso sacar los pies del plato. Reinaba un ambiente de camaradería tan cálido que no se atrevió a desmarcarse.
Cuando acabó de arreglarse, Amador y su mujer se dirigieron al lugar de donde debían partir. Había bastante gente esperando. Amador sintió un vacío en el pecho, la luz de la tarde se volvió irreal, las piernas se le aflojaron un poco. Pero hizo de tripas corazón y sonrió, saludó a unos y a otros. Cuando llegó el momento, con las mandíbulas apretadas, subió al autobús.
La presión de la caldera interior era alta. Con suerte se mantendría en ese nivel que, sin necesidad de que se lo dijera su mujer, repercutía en sus orejas. Su mujer le había comentado que las tenía coloradas.
Cuando llegaron al local en las afueras de la ciudad, el agua de la caldera empezó a borbotear con más fuerza. Empezó a molestarle la corbata, la chaqueta, el bullicio. Aunque él no sudaba, tenía húmedas las palmas de las manos. Como tenía calor, le pidió a su mujer el abanico, pero ella no se lo había traído. Este olvido fue una auténtica hecatombe. “Voy a tener que salir a tomar el aire” dijo Amador desabrochándose el botón superior de la camisa.
Dar un paseo le había servido otras veces para hacer disminuir la presión, para tranquilizarse y reequilibrarse mínimamente.
Pero en esta ocasión le falló este recurso. La caldera siguió recalentándose. Amador, a pesar de que estaba a varios kilómetros de la ciudad, con mano temblorosa, sacó el móvil y llamó un taxi.
Cuando fue a buscar a su mujer y le contó lo que había hecho, ésta le dijo: “Pero ese taxi nos va a costar una fortuna”.
Se fueron sin dar explicaciones, se fueron lo más rápido posible porque Amador no aguantaba ni un minuto más. Su mujer no entendía esas reacciones que calificaba de rarezas, pero contaba con ellas cuando iban a un restaurante, al centro de la ciudad o a casa de un amigo en visita de cortesía. En realidad, a cualquier sitio público o privado.
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Claustrofobia, algo que he vivido a través de mi madre, la he visto así en varias ocasiones en el pasado. Lo has descrito todo de forma que lo volvía a vivir, la veía intentando salir con un rostro tan angustiado de un restaurante o salón de actos, y… recuerdo su abanico, mira por donde . Un fuerte abrazo.!
La claustrofobia y su contrario la agorafobia (angustia en los espacios abiertos) afectan a numerosas personas, las cuales no soportan esas situaciones en las que se desencadena un mecanismo incontrolable. Tal vez sus efectos se pueden atenuar echándose aire con un abanico o bebiendo agua fresquita, pero normalmente desbordan esos modestos diques de contención, esas medidas defensivas, y te arrastran.
Lamento que tu madre haya sufrido ese trastorno tan penoso e incapacitante. Un abrazo.
Si, eso le ocurrió hace ya mucho, y supongo que era debido a un gran stress, pero desapareció con el tiempo. Es muy angustioso ver a alguien en estas circunstancias. Voy siguiendo tus posts con mucho agrado 🙂 Un abrazo
Me alegro de que en el caso de tu madre se tratase de un episodio provocado por el estrés, y ya felizmente superado. Por lo general ese problema tiende a persistir, a rebrotar, a convertirse en un estado crónico.
Yo sigo también tus publicaciones con interés. La última sobre Guito y Haití me gustó mucho, me resultó muy empática (una cualidad necesaria asimismo para comprender los casos que estoy exponiendo) y la descripción viva y directa. En cuanto a tu conclusión, con la que estoy de acuerdo, sólo quiero añadir que la riqueza interior no depende de la exterior. El arte está en relación con la primera, no con la segunda. Un abrazo.
Gracias por tus respuestas, Antonio. Muy de acuerdo con tu última frase también. Es cierto, hay tantos ejemplos en la historia y en la vida. Haiti esta considerado el país más pobre de América, y Dubai uno de los mas ricos de todo el mundo. Estando en los dos extremos, vivirlos día a día, se hace uno una pausa para recapitular lo que los ojos físicos ven, lo que los ojos del alma ven tambien, son dos mundos que parecen planetas diferentes en un mismo planeta. Y la riqueza…. bueno pero este es tema para otro escrito 🙂 Un fuerte abrazo y feliz resto de semana. Ah y gracias por leer mis posts.
Es muy interesante este relato sobre Amador, Antonio, y es muy importante que tocas estos temas.
Veo que su situación se agrava – de antemano – por su gran voluntad de adaptarse continuamente a los demás y su miedo de ser un aguafiestas (o que le vayan a juzgar como tal, especialmente dentro del ‘grupo social’). Luego, está (para expresarlo de alguna forma) ‘mal acompañado’; parece que las personas más cercanas de él no saben ponerse en sus zapatos, lo consideran ‘rarillo’ (que siempre es más fácil que escuchar y comprender), o, al menos esto es lo que él presiente, pues, por algo será…, no toman en cuenta su sufrimiento real, lo cual solo hace que aumente su ansiedad.
Me da mucha tristeza, no tanto por el relato tuyo sino porque esto pasa en la realidad. Amador hubiera podido ir tranquilamente con su coche, que en su caso es mejor, sin corbata 🙂 , con ropa ligera y sobre todo acompañado de personas que le entienden si empieza ‘el ataque’ (o el ‘pre-miedo’ a ello) y no le juzgan. Además, este tipo de estados anímicos suelen ser pasajeros.
Tal vez a él le falta tambien conformarse menos y explicar claramente ‘lo que hay’, sin miedo ni tapujos, ya que la gente que no es capaz de entender este tipo de estados emocionales (por cierto muy humanos y a cualquiera le puede sobrevenir un día de estos con las fiestas navideñas o pre navideñas 😀 ) son unos insensibles con quienes tal vez mejor ni reunirse.
Cuanto sufrimiento existe en el interior de las personas sin que lo puedan comunicar porque hacemos entre todos como si estuvieran loquillos (como en el relato anterior de Loli), que no lo son en absoluto.
Un abrazo, espero no haberme extendido demasiado, jajaja!
Es cierto que,en la mayoría de los casos, hay un problema de sobreadaptación que se remonta a la infancia. ¿Pero es este problema el que provoca las somatizaciones o es una disfunción orgánica la causa de las descargas de angustia, desencadenadas y potenciadas por situaciones de estrés?
La presión del grupo es siempre fuerte. Si la persona en cuestión es “débil”, el riesgo de sufrir un percance de ese tipo es mayor. La etiqueta de “raro” (u otras similares) es una espada de Damocles que pende sobre la cabeza de todo aquel que no se ajusta a los patrones dominantes o a las expectativas sociales. Naturalmente la gestión de esa eventualidad (la caída de la espada en la cocorota) varía mucho de un individuo a otro.
Estas personas suelen ser bastante intuitivas y sensibles, no equivocándose en la valoración que hacen de su entorno. Se saben juzgadas y a menudo condenadas de una u otra forma.
Este asunto tiene mucho de la famosa pescadilla que se muerde la cola (“no cojo el tren porque es caro, pero el tren es caro porque nadie lo coge” a ver cómo se arregla eso). Yo veo una dinámica perversa en el binomio individuo-grupo.
Los casos reseñados son reales, aderezados un poco literariamente y con aportaciones procedentes de mi propia experiencia. Lo que indicas como solución (ir sin corbata, llevarse el coche…) está descartado en situaciones como la de Amador. Sólo cabe desmarcarse por completo, negarse, lo cual supondría crear un conflicto social o familiar que Amador, y tantos otros como él, no desean.
Advierto, Rosa, por tus atinadas observaciones, por este comentario que no me ha parecido extenso sino interesante, que manejas bien este tema. Tu capacidad empática queda de manifiesto. Estoy seguro de que tú no recurrirías a esa memez de aconsejar “sobreponte” a alguien que las está pasando canutas. Un abrazo.
Acabo de leer la entrada que sigue (el Sobreponte III). Estoy totalmente de acuerdo con tu análisis.