1
Nemesio tenía madera de santón. Era vegetariano a rajatabla. En su opinión había indicios incontrovertibles de que el fin de los tiempos estaba a la vuelta de la esquina. Él lo pintaba como un desastre ecológico de magnitud planetaria.
Mares y ríos contaminados, atmósfera irrespirable, especies animales y vegetales extinguiéndose a un ritmo acelerado, proliferación de todo tipo de cánceres, sequías espantosas, tierras esquilmadas, hambrunas…
Después de escucharlo sólo se ofrecían tres opciones: el suicidio, el activismo político desenfrenado aunque se tuvieran serias dudas sobre su utilidad, o el replegamiento a una forma de vida respetuosa.
Él no se consideraba ni un catastrofista ni un alarmista. Ni siquiera pensaba que cargaba las tintas. Era implacable. Con la reencarnación le pasaba tres cuartos de lo mismo. Para él no se trataba de una creencia sino de un hecho comprobado.
En lo que a mí respecta, de las tres posibilidades, la primera quedaba descartada. Inconvenientes incluidos, le tengo apego a la existencia. La segunda chocaba frontalmente con mi carácter introvertido y desconfiado. Sólo podía recurrir al retiro.
Viviría al margen de este disparate colectivo que nos estaba conduciendo a la destrucción. Me ajustaría a los ciclos de la naturaleza. Y aunque de esta forma no solucionase nada, tampoco contribuiría a hacer más inhabitable la Tierra.
2
Tenía la intención de realizar mi plan asumiendo todas las consecuencias. No con un pie aquí y otro allí. No jugando con dos barajas. Me trasladaría a una aldea de la Sierra de Aracena con toda mi familia.
Nemesio cabeceó complacido. El problema inmediato era encontrar un alojamiento adecuado. Yo sabía que él, aunque siempre regresaba a Sevilla, pasaba temporadas más o menos largas en la sierra, donde tenía contactos.
Me dijo, en efecto, que podía ayudarme a encontrar una casa. Días más tarde me telefoneó para comunicarme que el asunto estaba arreglado.
La “casa” estaba situada en un callejón retorcido y sombrío, justamente en la curva. Era un pegote de cemento con techo de uralita que sobresalía de la hilera de edificaciones parejas y encaladas, como una verruga urbanística que le hubiese salido a la callejuela.
El cuchitril (otro nombre no merecía e incluso ése le venía ancho) estaba compuesto por una habitación a dos niveles. Es decir, dividida por un escalón de medio metro de altura.
Sonia, una amiga de Nemesio que también tenía proyectado mudarse a la sierra, nos acompañaba. Fue la primera en hablar. “Es perfecto”.
La puerta de madera resquebrajada cerraba mal. Las paredes estaban llenas de borujones. El suelo encementado estaba carcomido en algunas partes.
Miré a Sonia que, como reflejaba su rostro, estaba encantada. No me atreví a despegar los labios.
Ella lo veía claro. La parte superior del habitáculo serviría de dormitorio. En esa plataforma cabían holgadamente tres o cuatro colchones individuales. El único ventanuco sin rejas pero provisto de un postigo hinchado por la humedad que, al igual que la puerta, no ajustaba bien, estaba también allí arriba como una garantía de ventilación.
“Y esta parte” dijo mirando a su alrededor “puede ser la cocina, el comedor, la sala de estudio, el cuarto de estar, todo lo que se quiera”.
Extendiendo la mano hacia el espacio superior añadió: “Además de para dormir, puede servir también para hacer prácticas de meditación y relajación. Y es un lugar ideal para leer”.
Sonia entornó los ojos y siguió sopesando mentalmente las múltiples posibilidades que brindaba la vivienda. Nemesio, seguro de haber dado en el clavo, esbozó una sonrisa de satisfacción.

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Leer tus relatos es como seguir el curso de un río…
Un fuerte abrazo !
El curso de este río es corto. Mañana es el desenlace del relato dividido en dos partes descompensadas para su publicación en el blog. Un abrazo.
No me refería a la extensión, pensaba en el verbo fluido que tanto me gusta !
Excelente.
Espanto de viviendo, sin duda. Esperamos con ansia el cierre de tu relato, querido Antonio.
Un abrazo lleno de admiración y fraternal afecto, amicus carus.
Y además sin luz ni agua. Realmente espantoso. Es un precio muy alto por ciertas ilusiones. Lo más sensato es no pagar nada. Un abrazo.